Historia para Amaya
Era un día soleado en el colegio de Amaya. Los rayos del sol entraban por las ventanas, iluminando la clase de arte, donde todos los niños estaban muy ocupados. Amaya, una niña de seis años, tenía el cabello largo y negro que caía como un río oscuro sobre sus hombros. Sus ojos, de un marrón profundo, brillaban de alegría mientras pintaba un hermoso paisaje: verdes prados, cielos azules y animales juguetones.
“¡Estoy pintando un bosque lleno de magia!” exclamó Amaya, sonriendo. Sus compañeros la miraron con admiración. A ella le encantaba el arte, la música y los animales. Soñaba con ser una princesa que cuidaba de la naturaleza. “¡Una princesa que baila y canta con los animales!”, pensó mientras daba pequeños toques de color a su pintura.
De repente, un aire fresco sopló por la ventana y, como si fuera un trueno en el cielo, las nubes comenzaron a oscurecerse rápidamente. “¡Vaya, parece que va a llover!” dijo su amiga Clara, un poco asustada. Amaya miró por la ventana y vio cómo el cielo se volvía gris, como si una gran manta de nubes cubriera todo.
Los niños comenzaron a correr a buscar refugio, pero Amaya se quedó un momento más, intrigada. Fue entonces cuando notó algo curioso en una hoja que bailaba con el viento: ¡era Wally, una gota de agua sonriente! Wally se deslizaba alegremente, dejando un pequeño rastro brillante. “¡Hola, Amaya! ¡Ayúdame, por favor!” gritó Wally mientras saltaba de una hoja a otra.

“¿Qué sucede, Wally?” preguntó Amaya, acercándose con curiosidad.
“¡La tormenta ha aterrorizado a los pequeños animales del bosque! Están asustados y no saben dónde ir. ¡Necesitamos un refugio seguro!” respondió Wally, su carita preocupada.
Amaya sintió un pequeño cosquilleo en su corazón. “¡Podemos ayudarlos!” exclamó con determinación. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo hacia la puerta, Wally brillando a su lado.
Mientras corrían hacia el bosque, el viento empezó a aullar como un león. La lluvia comenzó a caer, primero suavemente, pero luego con furia. “¡Rápido, Wally, tenemos que encontrar a los animales!” gritó Amaya, sintiendo el miedo de los pequeños seres en su corazón.
“Mira, ahí están los conejitos y las ardillas!” señaló Wally, que apuntaba con su pequeño dedo. Amaya vio a los conejitos temblando debajo de un arbusto y a las ardillas corriendo de un lado a otro, buscando refugio.
“¡Vamos, amigos! ¡Síganme!” llamó Amaya, moviendo sus brazos como si fuera la directora de una orquesta. Los conejitos, las ardillas y algunos pájaros comenzaron a seguirla, sus ojos llenos de esperanza.
Mientras los animales corrían detrás de ella, una sombra gigantesca apareció en el cielo. Amaya miró hacia arriba y se dio cuenta de que un gran remolino de viento estaba a punto de formarse. “¡Oh no! ¡Es un tornado!” exclamó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Los animales comenzaron a asustarse aún más.

“¡Wally! ¿Qué haremos?” preguntó Amaya, con la voz temblorosa.
“¡Debemos encontrar un lugar seguro!” respondió Wally, decidido. Pero, ¿dónde podían ir con una tormenta así? Amaya miró a su alrededor y vio un antiguo árbol hueco, un refugio que había conocido desde que era pequeña. “¡Allí! ¡El árbol hueco!” gritó, señalando con un dedo tembloroso.
“¡Rápido, todos!” animó Wally, y juntos, corrieron hacia el árbol, sintiendo el viento rugir a su alrededor.
La tormenta se había ido, y el sol brillaba con fuerza. Amaya salió del refugio del árbol hueco, y los animales la siguieron, saltando de alegría. “¡Miren, miren!” exclamó Amaya, con su cabello negro brillando bajo el sol. “¡El arcoíris!”
Un hermoso arcoíris se extendía por el cielo, llenando el bosque de colores mágicos. Los pájaros comenzaron a cantar, y las ardillas corrían de un lado a otro, alegres y emocionadas. Amaya sonrió, sintiéndose como una verdadera princesa.
“¡Vamos a celebrar!” gritó Amaya. “¿Qué tal si hacemos un festival en el bosque?” Los animales aplaudieron con entusiasmo, y los ojos de Wally brillaban con alegría. “¡Sí! ¡Un festival para celebrar el agua y la amistad!”, dijo con entusiasmo.
Amaya hizo una pequeña danza, moviendo sus brazos como si estuviera haciendo una pintura hermosa en el aire. “¡Primero, necesitamos decorar el bosque! ¿Qué les parece, amigos?” Los conejitos comenzaron a saltar por el suelo, recolectando flores, mientras las ardillas traían hojas brillantes y coloridas.
Wally, flotando cerca de Amaya, ayudó a los animales a encontrar las mejores decoraciones. “¡Mirad estas flores! Son perfectas para el festival”, dijo Wally, apuntando a unas flores amarillas que brillaban como el oro. “Y estas hojas verdes son como el abrazo del bosque”.
“¡Son preciosas!” exclamó Amaya, haciendo una mueca de felicidad. “¡Vamos a colgarlas de las ramas!” Juntos, decoraron el árbol hueco con flores y hojas, haciendo que el lugar pareciera un palacio mágico.
Una vez que todo estuvo listo, Amaya se levantó y dijo, “¡Ahora vamos a bailar y cantar!” Todos los animales se unieron a ella. Los conejitos hacían piruetas, las ardillas movían sus colas al ritmo de una música invisible, y los pájaros cantaban felices en las ramas.
“¡Más rápido, amigos! ¡Como un torbellino de alegría!” gritó Amaya, mientras giraba y giraba, su cabello negro ondeando como las olas del océano. Wally se unió a la danza, brillando con cada movimiento. “¡Esto es increíble, Amaya! ¡Gracias por ser nuestra heroína!”
Amaya sintió un cosquilleo de felicidad en su corazón. “No soy una heroína, sólo quería ayudar a mis amigos. Y juntos, ¡podemos cuidar el agua y el bosque!”
Los animales le respondieron con aplausos y gritos de alegría. “¡Hurra por Amaya! ¡Hurra por Wally!”
El festival continuó hasta que el sol comenzó a esconderse detrás de las montañas. Los animales, cansados pero felices, se sentaron bajo el árbol. “Amaya”, dijo Wally, “hoy aprendimos algo muy importante: el agua es un tesoro y debemos cuidarla siempre”.
Amaya asintió, sintiéndose feliz. “Y siempre seré amiga de los animales y de la naturaleza. ¡Prometemos cuidar nuestro hogar!”
Y así, bajo el resplandor de las estrellas, Amaya y Wally, junto a sus amigos, hicieron una promesa. Desde ese día, el bosque no sólo fue un lugar de refugio, sino un hogar lleno de risas, amor y cuidado por el medio ambiente.
Y cada vez que llovía, los animales recordaban lo que Wally les había enseñado, y su corazón se llenaba de alegría y gratitud. ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!