Historia para Anaa
Era un caluroso día de verano en la República Dominicana, y el sol brillaba con fuerza. Anaa, una niña de 7 años, miraba por la ventana de su casa. Tenía el cabello negro y corto, y sus ojos marrón oscuro brillaban con la curiosidad de una aventurera. A pesar de que amaba los deportes, la lectura, la música, la cocina y, sobre todo, la naturaleza, el calor la mantenía atrapada en casa.
—¡Ay, qué aburrido es estar aquí! —suspiró Anaa, mientras jugaba con un lápiz en su mesa.
Pero justo cuando estaba a punto de rendirse, un pequeño y chispeante goteo llamó su atención. Intrigada, se asomó a la ventana y vio algo increíble.
—¡Hola! —gritó una gota de agua brillante que flotaba justo enfrente de ella, con una gran sonrisa y burbujas a su alrededor. Era Wally, una gota de agua con una personalidad chispeante y divertida.

—¡Hola! —respondió Anaa, fascinada—. ¿Eres una gota de agua?
—Sí, y tengo una misión muy emocionante —dijo Wally, brincando de alegría—. ¿Te gustaría ayudarme a crear un parque acuático para todos los niños del vecindario?
Anaa se iluminó al escuchar la propuesta. ¡Un parque acuático! Sus ojos brillaban con emoción mientras imaginaba a todos sus amigos corriendo y riendo en el agua fresca.
—¡Claro que sí! —exclamó Anaa—. Podemos hacer toboganes con cubos y mangueras. ¡Va a ser increíble!

Wally se sacudió un poco, salpicando pequeñas burbujas alrededor de Anaa.
—Y también podemos enseñarles sobre el reciclaje del agua —agregó Wally, revoloteando alegremente.
Anaa asintió con entusiasmo. Juntos, comenzaron a buscar maneras creativas para usar el agua de forma divertida. Salieron al patio y recolectaron agua de lluvia.
—Mira, Wally, ¡esto será perfecto para llenar nuestras mangueras! —dijo Anaa, mientras llenaba un cubo.
—¡Sí! ¡Y si reutilizamos el agua de nuestras casas, no solo jugaríamos, sino que también aprenderíamos! —respondió Wally, entusiasmado.
Con cada gota que recolectaban, iba creciendo la idea del parque acuático. Poco a poco, más niños del vecindario se acercaron, atraídos por la risa y las burbujas.

—¡Qué divertido! —decía un niño mientras se unía al grupo.
—¡Yo quiero ayudar! —gritó otro, mientras corría hacia ellos con una manguera en la mano.
Las risas y el agua comenzaron a llenar el aire. Anaa y Wally se sentían felices, cada vez más emocionados por compartir su creación con todos. Pero, un día, algo inesperado sucedió.
Mientras todos disfrutaban de su parque acuático improvisado, Anaa notó que el agua que habían recolectado comenzaba a escasear. Su sonrisa se desvaneció y una nube de preocupación nubló su mente.

—¿Qué haremos si no hay más agua? —preguntó con tristeza, mirando a Wally.
Wally la miró con sus burbujas resplandecientes y una chispa de determinación en sus ojos.
—No te preocupes, Anaa. Esto es solo el comienzo. Debemos encontrar formas de conservar el agua y seguir disfrutando de nuestro parque —dijo Wally, decidido—. ¡Aprendamos a cuidarla para que siempre haya suficiente!
Así, mientras el sol continuaba brillando, Anaa y Wally se prepararon para una nueva aventura, un viaje por el mágico mundo de la conservación del agua. ¿Lograrían descubrir las mejores formas de cuidar el agua y seguir divirtiéndose? ¡La respuesta estaba a punto de revelarse!
El sol brillaba en el cielo, y un aire fresco de verano llenaba el vecindario. Anaa, con su cabello corto y negro y su mirada llena de emoción, estaba lista para un nuevo día con Wally, la gota de agua chispeante. El parque acuático improvisado era un lugar lleno de risas, juegos y mucha alegría. Pero ahora, con su plan de recolección de agua, querían hacer algo aún más grande.
—Hoy —dijo Anaa a sus amigos—, vamos a hacer un concurso. ¡El que recolecte más agua en sus botellas tendrá un premio especial!
Los niños gritaron de alegría. Uno de ellos, un niño llamado Miguel, levantó la mano.
—Yo puedo recoger agua de mi casa. ¡Tengo muchas botellas! —dijo con una gran sonrisa.
—¡Genial, Miguel! —respondió Anaa—. Pero también debemos asegurarnos de que toda el agua que recojamos se use en nuestro parque. ¡Así todos nos divertiremos!

Wally, que flotaba felizmente en el aire, agregó:
—Y no olviden, amigos, que el agua es muy valiosa. Debemos cuidarla y usarla sabiamente.
Anaa y sus amigos se dispersaron rápidamente en sus bicicletas, cada uno llevando varias botellas. Anaa fue a su casa y llenó unas botellas con agua de la ducha. Luego, se dirigió a la casa de Miguel, donde vio a su amigo rebosante de energía.
—¡Mira cuánta agua recogí! —gritó Miguel, mostrando un montón de botellas llenas.
—¡Eso es increíble! —dijo Anaa—. Pero no solo debemos llenarlas, también necesitamos compartir el agua que recolectamos.
Pronto, todos estaban de regreso en el parque acuático. Tenían un montón de agua para jugar. Anaa se subió a un pequeño tobogán que habían hecho con cajas de cartón y dijo:

—¡Vamos a usar el agua! ¡Hagan fila todos!
Mientras se deslizaban, el agua hacía estallar risas en el aire. Pero Anaa tenía otra idea.
—¡Es hora de mostrarles a todos cómo reciclar el agua! —exclamó.

Con la ayuda de Wally, Anaa llevó a todos los niños a un rincón del parque.
—Vamos a demostrar cómo podemos recolectar el agua que usamos luego de jugar. —Ella llenó una pequeña cubeta y les mostró cómo hacerlo.
Wally saltó de alegría y dijo:

—¡Eso es, Anaa! ¡Miren niños, cada gota que recojamos es importante!
Los niños comenzaron a hacer lo mismo, riendo y disfrutando del agua mientras aprendían a recolectarla.
Al final del día, Anaa miró a su alrededor. El parque estaba lleno de sonrisas, pero también de botellas.
—¡Hicimos un gran trabajo! —dijo Anaa, sintiéndose orgullosa.
—Sí, Anaa, ¡cada gota cuenta! —respondió Wally, brillando más que nunca.
Fue entonces cuando los niños se reunieron para hablar.
—¿Quieren que esto siga? —preguntó Miguel, emocionado.
—¡Sí! —respondieron todos al unísono.

Anaa sintió que su corazón se llenaba de alegría.
—Entonces podemos hacer un club del agua. Aprenderemos a cuidarla y a hacer actividades divertidas —propuso.
Todos los niños aplaudieron emocionados y empezaron a compartir ideas para el club.
Y así, el parque acuático improvisado se convirtió en un lugar donde no solo jugaban, sino que también aprendían a amar y cuidar el agua. Anaa y Wally habían hecho mucho más que un parque. Habían comenzado una gran aventura sobre la conservación.
Cuando el sol se ocultaba en el horizonte, los niños comenzaron a irse a casa. Anaa, cansada pero feliz, se despidió de Wally.

—Gracias por ayudarme, Wally. —dijo Anaa con una sonrisa.
—Gracias a ti, Anaa. Recuerda siempre, ¡hay poder en el trabajo en equipo! —respondió Wally, antes de desaparecer en un chispeo de agua.
Anaa volvió a casa, sintiéndose como una verdadera heroína, y así, con un corazón lleno de alegría y una mente llena de ideas, se durmió, soñando con aventuras futuras donde el agua siempre sería parte de su mundo.
Y así, un caluroso día de verano se convirtió en el comienzo de un brillante cambio en la vida de Anaa y de todos sus amigos.
