Historia para Mateo, Alexa, José Valentín
En un pequeño pueblo donde los árboles eran altos como rascacielos y las colinas suaves como almohadas, vivían tres amigos muy especiales. Mateo, el dinosaurio T-Rex de seis años, era un pequeño artista en su tiempo libre. Su cabello negro y ondulado danzaba al viento mientras pintaba coloridos cuadros inspirados en los animales que lo rodeaban. Sus ojos marrón oscuro brillaban con pasión cada vez que un nuevo lienzo aparecía ante él.
Por otro lado, estaba Alexa, la dragona del trueno. También tenía seis años, pero su corta melena negra estaba siempre peinada con un toque de magia. A menudo se la podía ver inmersa en un libro, con sus ojos marrón oscuro llenos de imaginación mientras leía sobre princesas y aventuras espaciales. "¡Un día, volaré entre las estrellas!" solía decir con una sonrisa soñadora.
Y luego, estaba José Valentín, el dragón de fuego de siete años. Con su cabello rojo ondulado y ojos marrón que chisporroteaban de curiosidad, era un explorador nato. Le encantaba descubrir los secretos de la naturaleza y, a menudo, se perdía en los bosques, buscando nuevos misterios. "¡La naturaleza tiene magia en cada rincón!" solía comentar mientras mostraba a sus amigos las maravillas que encontraba.
Un día soleado, los tres amigos decidieron ir a jugar cerca de un río que serpenteaba entre las colinas. El agua brillaba como un espejo bajo los rayos del sol, y el canto de los pájaros llenaba el aire de melodías alegres. Mientras se acercaban al agua, algo inusual llamó su atención: una cueva oculta detrás de unas grandes rocas.
"¡Miren eso!" exclamó Mateo, señalando con una garra. La cueva relucía con una luz misteriosa que parecía murmurar secretos. "¿Deberíamos entrar?" preguntó Alexa, un brillo de emoción en sus ojos. José Valentín, con su espíritu aventurero, asintió con entusiasmo. "¡Vamos a descubrir qué hay dentro!"
Al cruzar el umbral de la cueva, sintieron un escalofrío de emoción. De repente, se encontraron en una dimensión alterna, un lugar donde los colores eran más brillantes y las criaturas eran aún más fantásticas. Vieron ríos de chocolate y montañas de galletas, pero algo no estaba bien. En el centro de un prado mágico, un unicornio y un grifo estaban en medio de una acalorada discusión.
"¡Yo seré el único que use el arco iris mágico!" bramó el grifo, sus plumas brillando con furia. "¡No, yo lo necesito para mis flores!" respondió el unicornio, con su cuerno resplandeciendo de indignación.
Mateo, recordando las enseñanzas sobre la justicia que siempre le habían transmitido, se acercó con decisión. "¡Eso es injusto! ¿Por qué no lo comparten? Cada uno puede usarlo a su manera."
Alexa miró a su amigo con aprobación. "¡Exacto! Un arco iris mágico debería ser disfrutado por todos."
Pero en ese momento, un ráfaga de viento sopló por el prado, trayendo consigo un giro inesperado. La luz del arco iris titiló, pareciendo enfadarse por la falta de cooperación entre los dos seres mágicos. Una tormenta de colores comenzó a formarse en el cielo, como si el paisaje mismo estuviera molesto.
"¡Vamos, tenemos que ayudarles!" gritó José Valentín, sintiendo cómo su corazón latía rápido ante la emoción del desafío. "Si no se ponen de acuerdo, podríamos perder el arco iris para siempre."
Así, los tres amigos, con valentía y determinación en sus corazones, se prepararon para resolver la disputa. La aventura apenas comenzaba, y los colores del arco iris danzaban en el aire, esperando a que la justicia y la colaboración restauraran la paz en aquel mundo mágico.
Los colores del arco iris comenzaban a girar en el cielo, y el viento arrastraba pequeñas nubes tenues de colores, como si la naturaleza misma estuviera esperando una respuesta. Mateo, con sus ojos marrón oscuro llenos de determinación, se acercó más a los dos seres mágicos.
"Escuchen", dijo con voz firme, "el arco iris mágico puede hacer llover dulces, ¡pero también puede traer alegría a todos! Si solo uno de ustedes lo usa, dejará a los demás tristes."
El unicornio, que había estado temblando de indignación, miró fijamente al grifo. "Lo siento, pero creo que tengo más derecho. Mis flores lo necesitan para crecer."
"Pero mi vuelo necesita del arco iris para ser reluciente y hermoso", replicó el grifo, sus plumas brillando con una luz desafiante. "Si solo pudiera usarlo una vez... ¡sería tan feliz!"
José Valentín, quien siempre había tenido un amor especial por la naturaleza, levantó la voz mientras gesticulaba dramáticamente. "¿Y si lo usamos juntos? Podemos hacer una gran lluvia de dulces y divirtámonos todos juntos. Si cada uno usa un poco del arco iris, todos podrán disfrutarlo."
Alexa, sintiendo que la esperanza comenzaba a florecer, se unió a sus amigos. "¡Imaginen cuántos dulces podríamos compartir! ¡Podríamos hacer una fiesta gigante y celebrar juntos! Cada criatura podría tener su momento especial con el arco iris."
Los ojos del unicornio y del grifo se abrieron como platos. La idea de compartir su felicidad empezó a brillar en sus corazones. "¿De verdad podemos hacerlo juntos?" preguntó el unicornio, dudoso.
"¡Sí!" exclamó Mateo, "solo necesitamos trabajar como un equipo. ¡La magia del arco iris se siente más fuerte cuando todos estamos juntos!"
Con unos nervios y un poco de miedo, el unicornio asintió lentamente. El grifo miró al unicornio, y la chispa de la amistad comenzó a encenderse en el aire. "De acuerdo... compartamos el arco iris", murmuró.
La tormenta de colores comenzó a disminuir, y los destellos de luz se hicieron más suaves. Todos los amigos, junto con las dos criaturas mágicas, se reunieron alrededor del arco iris. Así, empujando sus poderes juntos, empezaron a girar y a danzar. El arco iris brilló más fuerte que nunca, y de repente, vivas gotas de colores comenzaron a caer del cielo, formando una lluvia de dulces.
"¡Mira eso!" gritaron Mateo, Alexa y José Valentín, mientras los dulces caían alrededor. Los seres mágicos reían y bailaban, disfrutando de la delicia de la lluvia mágica. Caramelos de todos los sabores y colores llenaron el prado mientras los amigos y las criaturas compartían sonrisas y alegría.
Cuando la lluvia de dulces terminó, el unicornio y el grifo se miraron con gratitud y amistad en sus corazones. "Gracias, amigos. Nos ayudaron a ver lo importante que es ser justos", dijo el grifo.
"Siempre hay que ser justos con los demás", repitió José Valentín, sonriendo ampliamente. "Cuando compartimos, todos ganamos."
Mateo, Alexa y José Valentín sintieron cómo la chispa de la magia envolvía el aire. Se tomaron de las manos, rodeados de nuevos amigos y colores brillantes, y juntos regresaron a la cueva, que se iluminó con la luz de la amistad.
Al salir de la cueva, la luz del sol los abrazó cálidamente. "¡Mirad!", gritó Alexa mientras señalaba hacia su pueblo. Las risas de los habitantes resonaban mientras disfrutaban de la dulzura que había llegado con ellos.
Desde aquel día, el pequeño pueblo brilló con risas y alegría. Las aventuras en la cueva siempre serían un recordatorio de que la verdadera magia nace de la justicia y el compartir. “¡Siempre seremos justos y juntos!” gritaron los amigos.
Y así, en un mundo lleno de maravillas, Mateo, Alexa y José Valentín nunca olvidaron lo que habían aprendido: que ser justos con los demás es la clave para un mundo lleno de magia y felicidad. Fin.