Historia para Iker
En un pequeño pueblo donde las colinas verdes parecían susurrar secretos y los ríos cantarines traían melodías de alegría, vivía un niño llamado Iker. Tenía seis años, con su cabello negro corto que brillaba al sol y unos ojos marrón oscuro llenos de curiosidad. Iker era un explorador nato; le encantaba correr por el bosque, observar a las ardillas jugar y a los pájaros cantar. A menudo, se sentaba en un claro soleado con un libro de ciencia, imaginando que cada página lo llevaba a un mundo nuevo y maravilloso.
Un día, con una chispa de emoción en su corazón, decidió visitar a la Doctora Zorro, la médico más renombrada del pueblo. La Doctora Zorro era una criatura especial, con un abrigo blanco que parecía brillar y orejas puntiagudas que siempre estaban atentas a los sonidos de la naturaleza. Su consultorio estaba lleno de frascos coloridos, cada uno con hierbas y plantas que ella usaba para curar a los animales. Los días soleados, Iker podía verla desde su ventana, trabajando diligentemente mientras rodeada de libros de medicina.
La puerta del consultorio chirrió suavemente al abrirse, y Iker entró lleno de alegría. "¡Hola, Doctora Zorro!", saludó, su voz sonando como una melodía fresca. La Doctora Zorro levantó la vista de un frasco brillante, sus ojos chispeantes reflejaban calidez. "¡Hola, Iker! ¿Quieres ver algo mágico hoy?", preguntó, mientras tendía su mano hacia un espectacular estetoscopio que brillaba como si tuviera vida propia. "¡Mira!", dijo, colocándolo sobre una planta que crecía en su ventana. "Puedo ver qué necesita para estar sana".
Iker se acercó, sus ojos se agrandaron mientras observaba cómo el estetoscopio parecía hablarle a la planta, enviando suaves destellos de luz. "¡Es increíble! ¿Me puedes enseñar a usarlo?", preguntó emocionado. Fue en ese momento que la Doctora Zorro sonrió y le propuso una aventura. “Si verdaderamente deseas aprender, ¡deberás ayudarme hoy!”. Iker asintió vigorosamente, su corazón latía de emoción y un poco de nerviosismo.
Sin embargo, esa misma tarde, un alboroto se desató en el pueblo. La vaca de Don Pedro, una hermosa vaca llamada Carmela, no podía mooear. Los aldeanos, nerviosos y preocupados, corrían de un lado a otro, y enseguida llamaron a la Doctora Zorro. "¡Rápido, Doctora, Carmela necesita tu ayuda!", gritó una mujer con el cabello revuelto.
La Doctora Zorro, con su estetoscopio en mano, se dirigió al establo, y Iker corrió detrás de ella. “¡No te preocupes, Carmela!”, le dijo con una sonrisa tranquila mientras se agachaba a su lado. Iker se asomó, lleno de curiosidad, observando cada movimiento. La Doctora Zorro escuchó atentamente los latidos de Carmela, y después de un breve momento, exclamó: “¡Ah, creo que tienes un pequeño dolor de estómago!”.
La sensación de alivio en el aire era palpable. Sin embargo, cuando la Doctora Zorro comenzó a investigar más a fondo, su expresión cambió. "Oh, no, esto es más serio de lo que pensé", murmuró. "¡Carmela ha comido muchas flores!”.
Iker se sintió inquieto al ver el cambio en la actitud de la Doctora Zorro. “¿Qué podemos hacer?”, preguntó, algo preocupado.
“Necesitamos una mezcla especial de hierbas, pero hay un problema”, dijo la Doctora Zorro, su tono grave. “Las hierbas que necesitamos están en la zona del bosque encantado, donde se cuentan historias de criaturas mágicas. Nunca he ido allí antes”.
Con una chispa de valentía en su corazón, Iker miró a la Doctora Zorro y dijo: "¡Yo puedo ir contigo! ¡Podemos ayudar a Carmela!"
Así, con determinación y una pizca de nerviosismo en sus corazones, Iker y la Doctora Zorro se prepararon para adentrarse en el bosque encantado, donde su aventura apenas comenzaba.
"¡Vamos, Iker! Pero ten cuidado, hay muchísimas sorpresas esperándonos”, advirtió la Doctora Zorro, mientras cruzaban el umbral del establo y se adentraban en la espesura del bosque, sin saber que lo que encontrarían cambiaría sus vidas para siempre.
En el corazón del bosque encantado, Iker y la Doctora Zorro avanzaban con cautela. Los árboles eran altos y fuertes, y sus hojas susurraban secretos que solo el viento parecía entender. Iker observaba con asombro los destellos de luz que parecían danzar entre las ramas, como pequeños duendes traviesos.

“¿Escuchas eso?” preguntó la Doctora Zorro mientras se detenía a escuchar.
Iker se concentró y pudo oír el canto melodioso de los pájaros, pero también un suave murmullo que provenía de un claro más adelante. “¿Qué será?” murmuró Iker, sus ojos brillando de curiosidad.
“Vamos a averiguarlo”, dijo la Doctora Zorro, guiándolo con cuidado hacia el sonido. A medida que se acercaban, el murmullo se convertía en una canción, y antes de que lo supieran, llegaron a un claro lleno de flores brillantes que danzaban al ritmo del viento. En el centro del claro había un pequeño río que brillaba como si estuviera hecho de estrellas.
“¡Increíble!” exclamó Iker, maravillado. Pero de repente, un pequeño rayo de luz se abalanzó hacia ellos. Iker dio un salto hacia atrás, pero la Doctora Zorro permaneció firme.
“¡Hola, amigos!” dijo una pequeña criatura con alas brillantes, que parecía un hada. “Soy Lila, la guardiana del bosque. ¿Qué los trae a este lugar mágico?”
“Estamos buscando hierbas especiales para ayudar a nuestra amiga Carmela, la vaca”, explicó Iker, sus ojos abiertos de par en par por la emoción. “La Doctora Zorro dice que las necesitamos urgentemente”.
Lila sonrió con comprensión. “He oído hablar de Carmela. ¡Una vaca muy querida!” Luego hizo una pausa, mirándolos con seriedad. “Las hierbas que buscan están aquí, pero deben demostrar que tienen un corazón valiente y puro. Solo así podrán tomarlas”.
“¿Cómo podemos demostrarlo?” preguntó Iker, sintiendo cómo la adrenalina corría por su cuerpo.
“Debes realizar una tarea”, dijo Lila mientras señalaba dos pequeñas hojas flotantes en el agua brillante. “Debes atrapar las hojas y liberarlas en el aire sin que toquen el agua. Si lo logran, las hierbas serán suyas”.
“¡Yo puedo hacerlo!”, exclamó Iker, con la determinación brillando en sus ojos. Se acercó al borde del agua, conteniendo la respiración. Con un movimiento rápido y preciso, extendió las manos y atrapó una de las hojas. La colocó suavemente en su palma, sonriendo triunfante.
La Doctora Zorro aplaudió. “¡Qué bien lo hiciste, Iker! Ahora solo resta que atrapes otra”.
Con esfuerzo y concentración, Iker logró atrapar la segunda hoja. Con mucho cuidado, levantó ambas y las lanzó al aire. Las hojas giraron lentamente, revoloteando como si estuvieran danzando. En un instante, una luz brillante los envolvió, y las hojas comenzaron a brillar intensamente.
“¡Lo hiciste, Iker!” gritó la Doctora Zorro, llena de orgullo. Lila se unió a la celebración, dando vueltas en el aire. “Ahora, aquí están las hierbas que necesitan”. Con un chasquido de sus dedos, aparecieron frente a ellos pequeñas plantas de colores vibrantes.
“¡Gracias, Lila!” dijo Iker, con una sonrisa radiante. Con las hierbas en mano, Iker y la Doctora Zorro se despidieron de la hada y regresaron rápidamente al pueblo.
Cuando llegaron al establo, el sol se estaba poniendo, bañando todo en un suave color dorado. La Doctora Zorro preparó la medicina con las hierbas mágicas y acercándose a Carmela, le administró la mezcla.
Iker observó con atención, ansioso. Unos minutos después, Carmela comenzó a moverse, y con un sonido alegre, mooóoóóóoóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóóó