Las luces de Navidad lamían las calles de Madrid con un tinte festivo mientras Oscar, un niño de ocho años de cabellos dorados, esculpía cariñosamente a un muñeco de nieve en el parque. Bautizándolo como Frosty, sonrió mientras colocaba una bufanda mágica que había encontrado en el ático de su abuela alrededor de su cuello de nieve. Al instante, Frosty cobró vida, sus ojos de carbón chispeando con alegría y curiosidad.

"No estoy seguro, amigo. Pero parece que esta bufanda tiene algo especial", respondió Frosty, señalando la bufanda brillante.

Frosty, con su bufanda mágica, comienza a experimentar pequeños destellos de épocas pasadas. Cada Navidad, desde la creación de la primera tarjeta navideña hasta la iluminación del primer árbol de Navidad en la Plaza Mayor, Frosty las revivió todas.

Oscar y Frosty se embarcan en viajes emocionantes a través del tiempo, iluminando las navidades de aquellos que más lo necesitan. En un giro inesperado, Frosty lleva a Oscar a una Navidad donde un niño triste llamado Mateo no recibe ningún regalo. Conmovido, Oscar decide que deben cambiar la historia y comienzan a buscar un regalo para Mateo.

Después de superar obstáculos, desde escapar de un perrito juguetón hasta esquivar bolas de nieve rebeldes, finalmente encuentran el regalo perfecto: un balón de fútbol, el sueño de todo niño en Madrid. En la Navidad que Mateo estaba solo, aparecieron Frosty y Oscar, entregándole su tan ansiado regalo.

La felicidad en la cara de Mateo fue invaluable. Oscar sintió un calor familiar en su corazón, mucho más cálido que cualquier fuego de Navidad. Habían cambiado la Navidad de Mateo para siempre y habían aprendido la lección más importante de todas: la honestidad y la bondad siempre prevalecen.

Al regresar a su tiempo, Oscar y Frosty se dieron cuenta de cómo sus pequeños actos de amabilidad habían tejido una hermosa alfombra de tradiciones y alegría navideñas. Cada risa, cada regalo y cada abrazo dado durante sus viajes se había convertido en un copo de nieve, añadiendo belleza a su mundo.

En una atractiva escena final, todos los niños de Madrid, incluido el ya adulto Mateo, se reúnen para construir a Frosty cada año, asegurándose de que la magia y la alegría de la Navidad nunca desaparezca.

"Deseo que nunca te vayas, Frosty", susurró Oscar con lágrimas de felicidad brillantes en sus ojos.

"Siempre estaré aquí, Oscar, en cada copo de nieve, en cada risa y en cada acto amable. Eso es Navidad", respondió Frosty, despidiéndose con un cálido abrazo antes de fundirse una vez más en la nevada de Madrid, prometiendo regresar el próximo año y cada año en adelante. Y así, la historia de Frosty y Oscar se tejió en el corazón de las tradiciones navideñas de Madrid, un recordatorio anual de la magia que una bufanda, un muñeco de nieve y un corazón amable pueden traer.