Historia para Andrea camila & Mariangeles
**Título: El corazón del Grinch y el brillo de Navidad**

**Capítulo 1: Un día gris en En la ciiudad**
Era un hermoso día de diciembre en En la ciiudad. Las luces brillaban en cada esquina, y el aire olía a galletas recién horneadas y a chocolate caliente. Todo el mundo estaba feliz, ¡cada uno se preparaba para la Navidad! Pero en lo alto de la colina, en una cueva oscura y fría, vivía un personaje muy especial. Su nombre era el Grinch.
El Grinch se asomó por la ventana de su cueva, frunciendo el ceño. “Bah, ¡humbug!” exclamó con desdén. “¿Por qué celebran todos? ¡No hay razón para tantas risas y canciones!” Su voz sonaba como un tambor fastidioso.
Mientras miraba hacia el pueblo, vio a los niños correr, sus caritas llenas de alegría. Andrea Camila, con su cabello rizado y una bufanda roja que movía al viento, sostenía un trozo de papel con dibujos de estrellas y renos. Junto a ella, Mariangeles, más grande y con una sonrisa brillante, llevaba una caja llena de adornos que brillaban como el oro.

—¡Vamos, Andrea Camila! —dijo Mariangeles, riendo—. ¡Vamos a decorar el árbol!
“Ugh, un árbol decorado...” pensó el Grinch, y se tapó los oídos. “¡Qué patético! Solo son luces y bolas de colores, ¡no tienen sentido!” Pero, a medida que los niños reían y cantaban, su corazón se encogía un poco más.
—¡Mira! —gritó Andrea Camila, señalando una estrella brillante—. ¡Es la estrella de la Navidad! ¡La vamos a colgar en la punta!
El Grinch sintió un pinchazo en su corazón. No entendía por qué todos estaban tan felices. “¿Qué hay de malo en ser un poco amargado?”, murmuró. Miró hacia afuera nuevamente y vio a los vecinos abrazándose y compartiendo galletas.
—¡Feliz Navidad! —gritó una señora, ofreciendo una galleta a un niño que pasaba.

—¡Feliz Navidad! —respondió el pequeño, con la boca llena de galleta.
“¡Bah!”, resopló el Grinch. “A nadie le importa si yo soy feliz. Solo quieren celebrar y hacer ruido”. Y así, en su cueva gris, un plan empezó a gestarse en su mente retorcida. “Voy a arruinar la Navidad”, se dijo a sí mismo, con una mueca traviesa en su rostro.
Pero mientras seguía observando desde su ventana, una pequeña luz comenzó a brillar en su corazón frío. No sabía si era la risa de los niños o la música que flotaba en el aire, pero esa luz no se podía ignorar.

—¿Qué es esto? —se preguntó, tocándose el pecho—. ¡No puede ser!
El Grinch se giró y se dejó caer en su sillón. “¡No tengo tiempo para estas tonterías! ¡Debo encontrar la manera de hacer que la Navidad se detenga!", murmuró, mientras su mente daba vueltas pensando en cómo podría llevar a cabo su plan.
Así empezó la historia del Grinch en En la ciiudad, una aventura llena de locuras y risas que destrozarían su frío corazón y encenderían una chispa inesperada de alegría.
**Fin del Capítulo 1**

**Capítulo 2: El Plan del Grinch**
El día siguiente, el Grinch se despertó más decidido que nunca. “¡Hoy será el día en que arruinaré la Navidad!” dijo con una sonrisa torcida. Se frotó las manos y se preparó para su travesura.
Primero, decidió que iba a robar todos los adornos de la ciudad. Durante la noche, cuando todos los niños estuvieran dormidos, él saldría con su bolsa negra y recogería todo lo que pudiera. “¡No habrá luces ni árboles! ¡Así verán lo serio que es la Navidad!” Pensó, riendo para sí mismo.
Mientras el Grinch pensaba en su plan, Andrea Camila y Mariangeles estaban en casa, preparándose para una actividad especial.

—¡Vamos a hacer un gran muñeco de nieve! —dijo Mariangeles, emocionada.
—¡Sí! —respondió Andrea Camila, saltando. —¡Le pondremos una bufanda roja y una nariz de zanahoria!

—¡Y un sombrero de copa! —agregó Mariangeles, buscando cosas en el armario.
Justo en ese momento, el Grinch asomó su cabeza por la ventana, sus ojos entrecerrados. “¡Perfecto! ¡Un muñeco de nieve! Eso me dará la oportunidad de robar sus adornos sin que se den cuenta!” pensó, preparándose para la acción.
Al caer la noche, el Grinch salió sigilosamente de su cueva, con su bolsa lista. Mientras caminaba hacia el pueblo, los ruidos de las risas de los niños y la música navideña resonaban en el aire. Pero el Grinch estaba decidido. Con la luz de la luna iluminando su camino, se acercó al primer hogar lleno de adornos.
¡Pero de repente, un chapoteo! El Grinch miró hacia atrás y vio a Andrea Camila y Mariangeles tratando de hacer su muñeco de nieve. La pequeña Andrea Camila estaba llenando la bolsa con nieve mientras Mariangeles le ponía una sonrisa de piedras.

—¡Mira, Andrea Camila! ¡Es perfecto! —gritó Mariangeles.
El Grinch se detuvo en seco. Nunca había visto a alguien hacer un muñeco de nieve con tanto amor. Su corazón, un poco más cálido, empezó a latir más rápido.
—¡Vamos rápido! —dijo Mariangeles—. ¡Debemos terminarlo antes de que vengan los adultos a llevarnos a casa!

El Grinch pensó: “¡No tengo tiempo para ver esto!” y continuó con su plan.
Pero, cuando se acercó a robar los adornos, escuchó la risa de los dos niños. Se asomó detrás de un árbol y los vio correr, sus ojos brillando con felicidad mientras giraban alrededor del muñeco de nieve.
—¡Wow! ¡Es el muñeco más bonito del mundo! —dijo Andrea Camila, mientras se reía.
—¡Sí! —contestó Mariangeles—. ¡Vamos a ponerle un nombre! ¿Qué te parece “Nievecín”?
“¿Nievecín?”, pensó el Grinch, sintiendo una extraña calidez en su pecho. Era un nombre lindo, lleno de alegría. “¿Por qué están tan felices por algo tan simple como un muñeco de nieve?”
Justo cuando iba a salir, un nuevo sonido llegó a sus oídos. Era una canción de Navidad, cantada por los vecinos que caminaban en un grupo. Sus voces llenaban la noche, suaves y alegres. El Grinch, por un momento, se quedó quieto, escuchando.

—¡Feliz Navidad, Feliz Navidad! —cantaban todos, riendo y abrazándose.
El Grinch se dio cuenta de que su plan comenzaba a tambalearse. “Quizás no debería ser tan grosero...”, murmuró. Pero en su corazón aún había un poco de rencor. “¡No puedo rendirme ahora!”
Entonces, con un resoplido, se decidió a seguir con su plan. Sin embargo, cuando intentó arrastrar su bolsa llena de adornos, ¡se enganchó en una rama! Y, ¡zas! Cayó de espaldas en la nieve, haciendo un gran “splash”.
—¿Qué fue eso? —gritó Andrea Camila, mirando hacia el lugar donde se escuchó el ruido.

—¡No lo sé! —respondió Mariangeles, con su voz llena de curiosidad.
Ambas niñas se acercaron, y el Grinch se puso aún más nervioso. Nunca había estado tan cerca de los niños. De repente, se sentía pequeño, como una hoja en un viento fuerte.
—¿Quién está ahí? —preguntó Mariangeles, asomándose detr ás del árbol donde el Grinch estaba escondido.
El Grinch pensó rápidamente: “¡Debo salir corriendo!” Pero cuando lo hizo, tropezó otra vez y cayó de nuevo, dejando caer todo lo que había robado. Las luces, las bolas de colores, y hasta la estrellita que brillaba más que el sol, se esparcieron por la nieve.

—¡Mira! —gritó Andrea Camila, señalando—. ¡Es el Grinch!
El Grinch se puso de pie y se sintió expuesto, como si todos sus secretos hubieran sido descubiertos. Las niñas lo miraban con sorpresa, pero no tenían miedo. En sus ojos, había curiosidad.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Mariangeles.
El Grinch, sorprendido, no sabía qué responder. “Oh, no puedo decirles que iba a arruinar su Navidad...”, pensó.
—Yo... yo... —tartamudeó, sintiendo que su corazón latía con fuerza. “Solo quería… eh… ver lo que hacían”.
Andrea Camila sonrió, levantando una bola decorativa del suelo.

—¡Ven con nosotros! —exclamó—. ¡Ayúdanos a decorar nuestro muñeco de nieve!
El corazón del Grinch dio un salto. “¿Ayudar?” pensó. “¿No me van a echar a la nieve?”
—¿De verdad? —preguntó, un poco dudoso.

—¡Sí! —dijeron las niñas al unísono, llenas de entusiasmo.
El Grinch miró alrededor. La nieve brillaba, las luces de la ciudad centelleaban, y las risas de los niños llenaban el aire. “Quizás, solo quizás…”, pensó, “quizás no sea tan malo participar”.
Y así, con un giro inesperado, el Grinch se unió a Andrea Camila y Mariangeles. Juntos, construyeron el muñeco de nieve más hermoso que En la ciiudad haya visto, mientras el espíritu navideño comenzaba a florecer en el corazón del Grinch.
**Fin del Capítulo 2**

### Capítulo Final: La Luz del Corazón del Grinch
El día de Navidad llegó, y toda En la ciiudad estaba cubierta de un hermoso manto de nieve. Las luces parpadeaban en cada casa, y los niños corrían de un lado a otro, llenos de emoción. El Grinch, después de la maravillosa noche que había pasado con Andrea Camila y Mariangeles, se despertó con una sensación extraña en su corazón.
—¿Qué está pasando? —se preguntó, mientras se miraba en el espejo. “¿Me estoy volviendo amable?” Pensó que era imposible.
Decidido a averiguarlo, el Grinch se vistió y salió de su cueva. Cuando llegó al pueblo, se sorprendió de ver a todos sonriendo y riendo.
—¡Feliz Navidad, Grinch! —gritó un niño pequeño, mientras lo saludaba desde el camino nevado.
El Grinch se quedó parado, con la mente dando vueltas. “¿Me están saludando a mí?” Aquel niño tenía razón, el Grinch se sentía diferente.

De repente, vio a Andrea Camila y Mariangeles corriendo hacia él.
—¡Grinch! —gritó Andrea Camila, con su carita iluminada. —¡Ven a ver a Nievecín!
El Grinch se acercó, y cuando vio al muñeco de nieve que habían construido juntos, sus ojos brillaron de alegría.
—¡Mira cómo brilla! —dijo Mariangeles, mientras le ponía una bufanda alrededor del cuello de Nievecín. —¡Le queda perfecto!
El Grinch sonrió, sintiendo que su corazón se expandía. Era como si cada rayo de luz naciera dentro de él.
—¿Puedo ayudarles a decorarlo un poco más? —preguntó el Grinch, un poco nervioso.

—¡Claro! —exclamaron las niñas, sorprendidas y felices.
Juntos, decoraron a Nievecín con todo lo que tenían: una nariz de zanahoria brillante, ojos de carbón y una sonrisa de piedras. El Grinch se sintió feliz como nunca antes.
Mientras trabajaban, el Grinch se dio cuenta de una cosa importante. “Quizás no se trata de arruinar la Navidad, quizás se trata de compartirla con los demás.” Pensó y sintió que cada palabra se llenaba de calor.
—¡Miren! —gritó Andrea Camila—. ¡La Navidad no es solo sobre los regalos o los adornos, sino sobre la alegría y la amistad!
El Grinch asintió. “¡Es verdad! ¡Es lo que sentí anoche al verlas jugar!” Su corazón, que antes era frío y gris, ahora latía con emoción y alegría, como un faro brillante.
Pero eso no fue todo. Los adultos del vecindario se acercaron al ver lo que estaban haciendo. El Sr. Brown, con su gorra roja, dijo:
—¡Feliz Navidad, Grinch! Gracias por unirte a las niñas.
Y la Sra. Green añadió:
—Nos alegra ver que estás aquí. ¡Ven a celebrar con nosotros!

El Grinch se sintió abrumado. Todos lo aceptaban, a pesar de su pasado.
—¿Yo? —preguntó, casi en un susurro—. ¿Realmente quieren que me una a la fiesta de Navidad?
—¡Sí! —gritaron al unísono todos los niños, levantando sus brazos en señal de alegría.
Y así, el Grinch, junto a Andrea Camila y Mariangeles, caminó al centro de En la ciiudad. Allí, el aire olía a galletas de jengibre y canela, y las risas llenaban el espacio.
Las luces brillaban, y la música sonaba mientras todos se reunían para cantar villancicos. Al ver a todos juntos, el Grinch comprendió algo muy importante:
—¡La felicidad se multiplica cuando se comparte! —exclamó, riendo con los niños.
Desde ese día, el Grinch ya no fue más el Grinch solitario que odiaba la Navidad. Se convirtió en un amigo querido de todos. Disfrutaba de las celebraciones, ayudaba a los niños a construir muñecos de nieve, y compartía risas y alegría con toda la comunidad.
Y así, En la ciiudad brilló más que nunca, no solo por las luces, sino por el amor y la amistad que llenaron cada rincón. La Navidad se había convertido en un tiempo de magia, donde incluso el corazón más frío pudo encontrar su calor.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
