Historia para Jose

**Título: El Regalo de la Amabilidad**

Era una fría mañana de diciembre en el pequeño pueblo de Casa. Las calles estaban cubiertas de una suave capa de nieve que brillaba bajo la luz del sol. Las casas, decoradas con luces de colores y guirnaldas, transmitían un aire festivo. Desde su ventana, José, un niño de 13 años con cabello corto y negro, contemplaba el paisaje. Sus ojos marrón oscuros reflejaban la emoción que comenzaba a llenarlo mientras se acercaba la Navidad.
"¡Mamá, mira! Ya están colgando las luces en la plaza", exclamó José, corriendo hacia su madre, Mariana, quien estaba organizando algunas decoraciones navideñas. Ella levantó la vista y sonrió.
"Sí, cariño. ¿Recuerdas cómo decoramos nuestra casa el año pasado? Tal vez deberíamos hacer algo aún más especial este año", sugirió Mariana, con una chispa de alegría en su voz. Las arrugas en su frente se suavizaban cuando sonreía; era una madre cariñosa que siempre encontraba tiempo para hacer felices a los demás, a pesar de que su vida estaba llena de trabajo duro.
José se acercó a la mesa donde estaban los materiales. Había cintas de colores, esferas brillantes y un montón de papel de regalo. "Podríamos hacer un hermoso árbol de Navidad y también preparar algunas sorpresas para los niños del barrio", dijo entusiasmado.
"Me parece una maravillosa idea", respondió Mariana, mientras comenzaba a cortar algunos trozos de papel. "Siempre hay espacio para un poco más de alegría, ¿verdad?".
Mientras trabajaban juntos, la risa llenaba la pequeña casa. José se sintió agradecido por tener a su madre a su lado, y esa calidez lo envolvía como un abrazo. Pero también había una nube oscura en sus pensamientos. En la plaza del pueblo, había un rey orgulloso, el Rey Alfonso, que vivía en un espléndido castillo. Los rumores contaban que él planeaba una celebración grandiosa para la víspera de Navidad, sin pensar en aquellos que no tenían nada.
La noche de la víspera de Navidad llegó, y el aire estaba impregnado con el aroma de galletas recién horneadas y el sonido de villancicos cantados a lo lejos. Mariana y José habían terminado de decorar la casa y estaban listos para compartir su alegría. Sin embargo, mientras se dirigían a la plaza, José sintió una punzada en su corazón al pensar en los niños que no tendrían ningún festín ni regalos.
"Mamá, ¿y si llevamos algunas galletas a los niños que viven en la calle?", preguntó José, sintiendo que su corazón palpitaba con emoción. Mariana lo miró y asintió con la cabeza.
"¡Por supuesto! Esa es una idea encantadora, José. La Navidad no se trata solo de recibir, sino también de dar", dijo Mariana, mientras juntaba una bandeja llena de galletas.
Al salir de la casa, una brisa ligera soplaba, trayendo consigo un aire de misterio. Mientras caminaban hacia la plaza, un niño pequeño, con ropa desgastada y sucia, apareció de repente ante ellos. Su mirada era triste, y José sintió un tirón en su pecho.

"¿Tienen algo de comida?", preguntó el niño con voz temblorosa.

Mariana se agachó y le ofreció una galleta. "Aquí tienes. Esperamos que esta Navidad sea especial para ti", dijo con dulzura.
José observó cómo el rostro del niño se iluminaba con una sonrisa. En ese momento, de repente, una luz brillante iluminó la plaza. José, intrigado, se volvió hacia la fuente de la luz. Allí, en medio de la nieve, apareció un niño que parecía deslumbrante, como si estuviera hecho de estrellas. Era el Christ Child, un ser envuelto en una luz cálida que irradiaba amor y bondad.
"Hola, José", dijo el Christ Child con una voz suave y melodiosa. "He estado observando tu bondad y generosidad. La Navidad es un momento para recordar que la verdadera felicidad se encuentra en ayudar a los demás".
José, asombrado, apenas podía hablar. "¿Tú… tú me conoces?", preguntó, sintiendo que el tiempo se detenía.
"Sí", respondió el Christ Child. "Sé que deseas hacer del mundo un lugar mejor. Y hoy, te invito a que me acompañes en una misión especial. Hay muchas personas en este pueblo que necesitan un poco de alegría y amabilidad. ¿Te gustaría ayudarme a llevarles un regalo esta Navidad?"
Mientras el Christ Child hablaba, algo en el corazón de José parecía despertar. La chispa de esperanza que había sentido antes se encendió en una brillante llama de propósito. "Sí, quiero ayudar".
Mientras Mariana miraba con asombro, el Christ Child sonrió y extendió su mano hacia José, invitándolo a un viaje extraordinario.

"Entonces, vamos. La noche de Navidad todavía tiene mucho que ofrecernos".

Y así, con un giro inesperado, José se encontró en el umbral de una aventura que cambiaría su vida para siempre, donde la verdadera magia de la Navidad esperaba ser descubierta.

### Capítulo Final: La Navidad de Casa

La noche de Navidad era mágica en Casa. Las estrellas brillaban con fuerza, y un suave manto de nieve cubría el pueblo, creando un paisaje que parecía salido de un cuento de hadas. José, con el Christ Child a su lado, caminaba por las calles iluminadas por faroles. La risa de los niños y el aroma de alimentos recién horneados llenaban el aire, haciendo que su corazón latiera más rápido.
"¿Dónde vamos ahora?", preguntó José, sintiendo la emoción burbujear dentro de él.
"Vamos a llevar un poco de alegría a aquellos que más lo necesitan," respondió el Christ Child con una sonrisa cálida. "La verdadera Navidad se trata de compartir y de dar amor."
José miró a su alrededor. Las casas estaban llenas de luz, pero en las calles, algunos niños se reunían, fríos y con ansias de un poco de comida y compañía. El Christ Child se detuvo y levantó su mano.
“José, es aquí donde comienza nuestra misión”, dijo. “Mira cómo esperan con esperanza”.
José vio a un grupo de niños que jugaban entre ellos, cubiertos de harapos, con risas que no se apagaban a pesar del frío. Sin dudarlo, se acercó. “¡Hola! ¿Les gustaría un poco de comida?”, preguntó, mientras el Christ Child comenzaba a sacar de su capa pequeños pasteles y dulces.
Los ojos de los niños brillaron de alegría. “¡Sí, por favor!”, exclamaron, saltando de emoción. José sonrió y comenzó a repartir la comida con la ayuda del Christ Child. Mientras lo hacía, su corazón se llenaba de calidez. Se dio cuenta de que la felicidad no se encontraba solo en los lujos, sino en compartir momentos y sonrisas.
“José, tienes un corazón generoso”, el Christ Child le dijo, con los ojos llenos de bondad. “Nunca olvides el poder de la amabilidad”.
Después de repartir la comida, José y el Christ Child decidieron visitar a una anciana que vivía sola en una pequeña cabaña al borde del pueblo. Cuando llegaron, vieron que la anciana, doña Clara, estaba sentada frente a la ventana, mirando la nieve caer con tristeza.

“¿Podemos entrar?”, preguntó José suavemente.

“Claro, jóvenes”, respondió doña Clara, sorprendida por la visita.

Cuando entraron, la habitación estaba fría y vacía. “Traemos algo que te podría alegrar”, dijo José mientras el Christ Child sacaba una manta cálida y un plato de galletas.

“¿Para mí?”, preguntó doña Clara, con lágrimas en los ojos.

“Por supuesto. La Navidad es para compartir y para mostrar cariño”, dijo José. Mientras doña Clara agradecía emocionada, José sintió que la verdadera alegría de la Navidad estaba en sus corazones.
Finalmente, al caer la noche, al volver al centro del pueblo, José y el Christ Child se encontraron con un grupo de personas que iban hacia el gran castillo del rey Alfonso. Al principio, las luces del castillo brillaban con fuerza, y la música alegre sonaba desde dentro. Pero José, en su corazón, sentía que algo debía cambiar.

“¿Qué harás ahora, José?”, preguntó el Christ Child, mirándolo con curiosidad.

“Debemos mostrarle al rey lo que hemos hecho esta noche. Tal vez él también quiera unirse a nosotros. Todos necesitamos recordar el verdadero significado de la Navidad”, dijo José decidido.
Juntos se dirigieron al castillo. Al entrar, la música se detuvo y los ojos de todos se posaron sobre ellos. José, sintiendo que su corazón latía con fuerza, se acercó al rey Alfonso, quien estaba sentado en un impresionante trono, rodeado de lujos.
“Su Majestad, hemos estado repartiendo comida y alegría a los que más lo necesitan. La Navidad no se trata solo de banquetes, sino de ayudar a los demás”, dijo José con voz firme.
El rey lo miró, confusionado al principio, pero luego comenzó a entender. A su alrededor, todos lo observaban, incluidas las personas que habían venido a la fiesta del castillo. Él sintió un pequeño temblor en su corazón. “¿Qué han hecho esta noche?” preguntó.
“Vimos a muchos niños y ancianos felices porque compartimos con ellos lo que teníamos”, dijo el Christ Child, sonriendo. “La felicidad se multiplica cuando la compartimos”.
El rey Alfonso se quedó en silencio, reflexionando. Luego, recordó su banquete lujoso, y cómo había mirado a los pobres con desprecio. “Quizás he cometido un error”, dijo despacio. “Hoy, me doy cuenta de que la verdadera riqueza está en la bondad y el servicio a los demás”.
“Entonces, ¿anularás el banquete?” preguntó José, sintiendo que un rayo de esperanza lo iluminaba.
Con una mirada de resolución, el rey sonrió. “Sí, en su lugar, haremos un gran festín para todos en el pueblo. Todos son bienvenidos. La Navidad debe ser un momento de unión y alegría”.
Las risas estallaron entre la multitud y José sintió como una corriente cálida lo llenaba. Mariana, su madre, llegó justo a tiempo para ver el cambio en el rey y abrazó a su hijo con orgullo.
Esa noche, el castillo se transformó en un lugar de celebración, donde todos los habitantes de Casa se unieron. La música llenaba el aire, y el aroma de deliciosos platillos impregnaba cada rincón. José y su madre se sentaron junto al Christ Child, disfrutando de la compañía de sus nuevos amigos.
Mientras compartían historias y risas, José comprendió que ser amable puede cambiar el mundo. La navidad era más que regalos; era un tiempo sagrado para dar y compartir amor.
En ese momento, José sonrió, mirando a su alrededor y sintiendo la paz en su corazón. Había aprendido que la verdadera felicidad vive en la bondad y el servicio a los demás.
Y así, Casa celebró una Navidad que jamás olvidaría, unida en amor y alegría, y siempre recordando la lección de que ser amable trae felicidad a todos.

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