Historia para Sebastián

**Título: Sebastián y el Príncipe Rana**

**Capítulo 1: Un Encuentro Sorprendente**

Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valleverde. Los árboles bailaban suavemente al ritmo del viento, y las flores de colores brillantes lucían felices en el jardín. Sebastián, un niño de cinco años con cabello dorado como el sol, corría alegremente por el campo, riendo y jugando. Su papá, Ronny, lo miraba con una sonrisa mientras se sentaba en una piedra grande, disfrutando del aroma fresco de la naturaleza.
—¡Sebastián! —llamó su padre—. Ven, hijo, ¡mira las nubes! ¿No parecen de algodón de azúcar?
Sebastián miró hacia arriba y vio las nubes blancas flotando en el cielo azul. Su rostro se iluminó y gritando de emoción, corrió hacia su padre.

—¡Sí, papá! ¡Son como nubes de dulce! —dijo, riendo.

Después de un rato, mientras caminaban juntos, Sebastián se detuvo. Algo brillaba en el borde del estanque cercano.

—¿Qué es eso, papá? —preguntó, apuntando con su pequeño dedo.

Ronny se acercó con curiosidad y, cuando miraron más de cerca, vieron a una rana verde reluciente. Tenía una corona dorada en su cabeza y una expresión triste en sus ojos.
—¿Hola, pequeña rana? —preguntó Sebastián, agachándose para mirar mejor—. ¿Por qué estás tan triste?

La rana, con una voz suave y temblorosa, respondió:

—Hola, pequeño. Soy el Príncipe Rana. Un día, una bruja me lanzó un hechizo y me convirtió en rana. Solo volveré a ser príncipe si alguien me ayuda a encontrar a una tortuga perdida.

—¿Una tortuga? —exclamó Sebastián—. ¿Dónde está?

El Príncipe Rana suspiró profundamente.

—No lo sé, pero está sola y triste. Se perdió en el bosque y necesita regresar a su hogar.

Sebastián se sintió conmovido. Sabía lo que era sentirse triste y perdido.

—No te preocupes, Príncipe Rana. ¡Yo te ayudaré! —dijo con determinación.

Ronny sonrió al escuchar a su hijo.

—Eso es muy valiente, Sebastián. Pero necesitamos un plan. ¿Cómo podemos encontrar a la tortuga?

El Príncipe Rana se animó un poco.

—Podemos preguntar a los animales del bosque. Ellos seguro la han visto.

Sebastián, emocionado, dio saltitos. La idea de una aventura lo llenaba de alegría.
—Vamos, papá, vamos a hacerlo —dijo mientras tomaba la mano de su padre—. ¡Y tú, Príncipe Rana, ven con nosotros!
Y así, los tres se adentraron en el bosque, donde los árboles eran altos y la luz del sol se filtraba a través de las hojas. El canto de los pájaros resonaba por todas partes, creando una melodía mágica. Sebastián, con su corazón lleno de entusiasmo, miró al Príncipe Rana y preguntó:

—¿Cómo es la tortuga?

El príncipe sonrió, y sus ojos se iluminaron.

—Es pequeña y tiene un caparazón marrón. A veces, se esconde detrás de las hojas porque es tímida. Pero yo creo que si le hablamos con amabilidad, nos mostrará el camino.

Sebastián asintió con fuerza.

—¡Sí! Hablaremos con ella y la ayudaremos a volver a casa.

Y así, con el sol sobre sus cabezas y la esperanza en sus corazones, continuaron su camino en busca de la tortuga, llenos de valentía y amistad, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se les presentara.

Y así, comenzaba una nueva aventura...

**Capítulo 2: El Desafío del Bosque Encantado**

Mientras Sebastián, su padre Ronny y el Príncipe Rana caminaban por el bosque, comenzaron a escuchar melodías suaves que parecían venir de un lugar lejano. Era un sonido encantador, como el canto de un grupo de hadas. Sebastián miró a su alrededor con ojos grandes y curiosos.

—¿Escuchan eso? —preguntó emocionado—. Suena hermoso.

Ronny sonrió, pero el Príncipe Rana pareció preocupado.

—Sí, lo escucho. Pero tengan cuidado, amigos. A veces, el bosque puede ser un lugar travieso. Las hadas pueden jugarles bromas.
—¿Jugarles bromas? —preguntó Sebastián, frunciendo el ceño—. ¿Qué tipo de bromas?
—A veces, las hadas crean caminos que parecen mágicos, pero en realidad, son confusos y pueden llevar a los viajeros a lugares lejanos —explicó el príncipe.
A pesar de la advertencia, Sebastián estaba ansioso por explorar. Con el corazón lleno de valentía, dijo:

—No importa, ¡podemos enfrentarlo juntos!

Con eso, siguieron caminando, siguiendo el sonido encantador. De repente, llegaron a un claro donde unas luces bailaban en el aire. Eran hadas, revoloteando como fuego de luciérnagas.
—¡Hola, viajeros del bosque! —gritaron las hadas al unísono, riendo y girando en círculos—. ¿Buscan algo?
Sebastián se acercó con una sonrisa, mientras Ronny le daba un empujón suave, señalándole que hablara con cuidado.

—Sí, estamos buscando a una tortuga que se ha perdido. ¿La han visto?

Las hadas se miraron entre sí y rieron de nuevo.

—Oh, sí, la tortuga. Es muy tímida, pero está cerca de aquí. Pero… —una de las hadas hizo una pausa con una sonrisa traviesa—. Necesitamos que hagan algo primero.

Sebastián frunció el ceño, pero no se dio por vencido.

—¿Qué tenemos que hacer?

—Debes resolver nuestro acertijo —dijo la hada con un guiño—. Si lo haces, te diremos cómo encontrar a la tortuga.

Sebastián se sintió emocionado.

—¡Está bien! ¿Cuál es el acertijo?

Las hadas comenzaron a volar en círculos, creando un remolino de luces brillantes.

—Escucha bien, pequeño amigo. Aquí va:

“Soy redonda y brillante, pero no soy un sol.

Me encuentras en la noche, donde la luna está.

A los niños les gusta contarme, cuando brillan en el cielo.

¿Qué soy yo?”

Sebastián pensó intensamente. Miró el cielo azul y luego miró a las hadas, sintiendo la emoción en su pecho.

—¡La estrella! —exclamó felizmente—. ¡Es una estrella!

Las hadas se quedaron boquiabiertas por un momento y luego comenzaron a aplaudir y reír.

—¡Correcto! ¡Eres muy inteligente! Ahora, síguenos. La tortuga está cerca.

Sebastián sintió que su corazón latía de alegría. Sin embargo, de repente, el suelo tembló y un gran árbol cayó justo frente a ellos, bloqueando el camino.

—¡Oh no! —gritó Ronny—. ¡No podemos pasar!

El Príncipe Rana miró al gran árbol, entonces se volvió a Sebastián y su padre.

—Necesitamos trabajar juntos. Sebastián, tú puedes trepar y empujar algunas ramas. Yo puedo ayudar a ver desde la altura, y tú, papá, puedes guiar desde el suelo.
Sebastián, con determinación, asintió y se puso a trabajar. Subió a las ramas, mientras el Príncipe Rana lo dirigía desde arriba.
—¡Perfecto! ¡Empuja un poco más a la derecha! —gritó el Príncipe Rana emocionado.
Con un gran esfuerzo, Sebastián empujó y movió las ramas hasta que finalmente hicieron espacio para pasar. Todos gritaban de alegría al darse cuenta de que habían superado el desafío.

—¡Lo hicimos! —exclamó Sebastián mientras saltaba de felicidad.

Las hadas, fascinadas, aplaudieron.

—¡Son un gran equipo! Ahora sigan adelante, la tortuga está justo al otro lado del claro.
Después de todo el esfuerzo, Sebastián, Ronny y el Príncipe Rana se sintieron más unidos que nunca. Juntos, habían enfrentado un desafío y habían salido victoriosos.
Sin embargo, mientras caminaban al siguiente claro, Sebastián notó que el Príncipe Rana parecía más callado de lo habitual.

—¿Qué te pasa, amigo rana? —preguntó Sebastián.

—Nada, solo… tengo miedo de no poder ayudar a la tortuga —respondió el Príncipe Rana, con la voz llena de tristeza.

Sebastián lo miró con cariño.

—¡Pero tienes a tus amigos contigo! Juntos podemos hacerlo. ¡Tú eres un príncipe!
El Príncipe Rana sonrió débilmente, pero Sebastián sabía que tenía que hacer algo especial para animarlo.
—Cuando encontremos a la tortuga, tú le dirás cuánto la extrañas. Eso hará que te sientas mejor.
Y así continuaron, con el corazón lleno de esperanza, mientras buscaban a la tortuga perdida. Una nueva aventura los esperaba, y sabían que, sin importar el desafío, la amistad siempre haría que todo fuera más fácil.
Y así, con su primer desafío superado, la historia de Sebastián, Ronny y el Príncipe Rana estaba lejos de terminar...

**Capítulo Final: El Regreso de la Tortuga**

El sol brillaba a través de los árboles, creando un hermoso mosaico de luces y sombras en el suelo del bosque. Sebastián, Ronny y el Príncipe Rana seguían caminando, con los corazones llenos de alegría y esperanza. Cada paso los acercaba más a la tortuga.
—¿Dónde estará? —preguntó Sebastián, mirando a su alrededor, lleno de curiosidad.
—No te preocupes, amigo. Las hadas dijeron que estaba cerca —respondió el Príncipe Rana, tratando de sentirse más seguro.
Mientras avanzaban, escucharon un suave susurro que parecía venir de un arbusto cercano. Sebastián se acercó con cuidado y, al apartar las hojas, descubrió a una pequeña tortuga con la cabeza agachada, mirando el suelo.

—¡Hola! —gritó Sebastián, emocionado—. ¡Te hemos encontrado!

La tortuga levantó la cabeza lentamente y sus ojos brillaron al ver a sus nuevos amigos.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó con una voz suave, llena de sorpresa.

—Soy Sebastián, y este es mi papá Ronny. Y él es el Príncipe Rana —dijo el niño, sonriendo.
—He estado tan triste y perdida. No sé cómo regresar a casa —confesó la tortuga, con un ligero temblor en su voz.

El Príncipe Rana dio un paso adelante y dijo amablemente:

—No te preocupes, amiga tortuga. Estamos aquí para ayudarte.

Sebastián se agachó para mirar a la tortuga a los ojos.

—¡Sí! Solo necesitamos que nos digas dónde vives. Nos aseguraremos de llevarte a casa —dijo con confianza.

La tortuga miró a su alrededor y, con un suspiro, explicó:

—Vivo al borde del lago, donde las flores de loto crecen. Pero no sé el camino, nunca me había alejado tanto.

El Príncipe Rana, con una chispa de determinación en sus ojos, dijo:

—¡Lo tenemos! Vamos a seguir el camino de las flores de loto. ¡Tú guíanos!

La tortuga sonrió débilmente y se sintió un poco más feliz. Con cuidado, comenzó a avanzar, y ellos la siguieron. Mientras caminaban, Sebastián y el Príncipe Rana comenzaron a charlar con la tortuga.

—¿Te gusta jugar en el agua? —preguntó Sebastián, curioso.

—Sí, pero soy un poco lenta. A veces me siento triste porque los demás animales son más rápidos —respondió la tortuga, mirando el suelo.
—No tienes que sentirte triste. Cada uno tiene su propia manera de brillar. Yo soy pequeño, pero puedo ser valiente —dijo Sebastián, animándola.

El Príncipe Rana añadió:

—Y yo puedo ayudar desde la altura. Juntos, podemos hacer grandes cosas, ¡no importa la velocidad!
La tortuga sonrió. Nunca había pensado que sus amigos fueran tan comprensivos. A medida que avanzaban, las flores de loto comenzaron a aparecer a su alrededor, llenando el aire con su dulce fragancia.

—¡Estamos casi allí! —gritó Sebastián con alegría.

Finalmente, llegaron a la orilla del lago. Las aguas eran tranquilas y brillaban bajo el sol. La tortuga se detuvo y miró el lugar que había extrañado tanto.

—¡Oh! ¡Aquí está mi hogar! —exclamó, emocionada.

Sebastián y el Príncipe Rana se sintieron felices al ver la alegría en los ojos de la tortuga. Ella se movió rápidamente hacia el agua, pero luego se detuvo y miró a sus amigos.
—Gracias, amigos. Ustedes son los mejores. Me hicieron sentir valiente y me dieron esperanza.

El Príncipe Rana sonrió y dijo:

—Siempre estaremos aquí para ti. La amistad es lo más poderoso que tenemos.

Sebastián asintió con firmeza.

—¡Sí! Y siempre nos ayudaremos mutuamente, sin importar las dificultades.

La tortuga sonrió de felicidad y, en un gesto de gratitud, se acercó y les dio un pequeño abrazo. Luego saltó al agua, nadando con alegría.
De repente, las hadas aparecieron de nuevo, revoloteando sobre ellos con sus luces brillantes.

—¡Bravo! ¡Lo hicieron! ¡Ustedes son un gran equipo! —gritaron las hadas.

Sebastián, Ronny y el Príncipe Rana sonrieron, sintiendo que habían logrado algo especial.
—Y ahora, con nuestra amiga de regreso a casa, podemos celebrar —dijo una de las hadas chispeantes.
Las hadas comenzaron a lanzar chispas de luz en el aire, creando un espectáculo mágico. Sebastián, su padre y el Príncipe Rana se unieron a la celebración, saltando y riendo bajo las luces brillantes.

—¡Hoy es un día especial! —gritó Sebastián.

Y así, en el lago brillante, rodeados de amigos y de magia, Sebastián, Ronny, el Príncipe Rana y la tortuga celebraron la fuerza de la amistad. Supieron que siempre estarían juntos, listos para enfrentar cualquier aventura que la vida les ofreciera.
Y en ese momento, el bosque encantado se llenó de risas y alegría, un recordatorio de que, con la amistad, todo es posible.

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