Historia para Ramsés

**Título: Ramsés y el Príncipe Rana en el Reino Escondido**

**Capítulo 1: Un día en la orilla del lago**

El sol brillaba con fuerza sobre el lago cristalino, donde los patos nadaban felices y las flores de mil colores danzaban suavemente al ritmo del viento. Ramsés, un niño de doce años, se sentó en la orilla, contemplando las pequeñas olas que rompían suavemente en la arena.
—¡Mira, Made! —gritó, señalando un grupo de patos que chapoteaban—. ¡Son como pequeñas barcas flotantes!
Su madre, Made, sonrió mientras recogía algunas piedras brillantes. Ella tenía el cabello recogido en una trenza y siempre llevaba una blusa blanca que se llenaba de luz bajo el sol.
—Tienes razón, Ramsés. Pero, ¿no crees que deberías buscar algo más extraordinario? —dijo Made, mirando al lago con curiosidad.
Ramsés miró hacia el agua. De pronto, un destello llamó su atención. Era un pequeño objeto que parpadeaba bajo la superficie. ¿Qué podría ser? Se acercó, mientras sus pies se hundían en la arena caliente.

—¡Voy a ver qué es! —anunció, completamente emocionado.

—Ten cuidado, querido. No te alejes demasiado —advirtió Made, con una voz suave, pero firme.
Ramsés asintió, pero su curiosidad era más fuerte que cualquier advertencia. Con cada paso que daba, el agua parecía invitarlo a acercarse más. Al llegar al borde, se agachó y sumergió los dedos en el agua fresca.
De repente, algo saltó. ¡PLOP! Una rana, verde como un esmeralda, emergió de las profundidades, sacudiendo sus patas.

—¡Hola! —exclamó la rana, sorprendida por la mirada del niño.

Ramsés retrocedió un poco, sorprendido. Nunca había visto una rana que hablara.

—¿Puedes hablar? —preguntó, sus ojos abiertos como platos.

—Claro que sí. Soy el Príncipe Rana —dijo la rana, inflando su pecho con orgullo—. ¿Y tú quién eres, humano?

—Soy Ramsés. ¿Eres un príncipe de verdad? —se preguntó, cada vez más intrigado.

—Así es, pero no siempre he sido así —respondió la rana, con un tono melancólico—. Es una larga historia.
Antes que Ramsés pudiera preguntar más, la rana se zambulló en el agua y volvió a salir, con unas burbujas rodeándolo.
—Espera, ¿qué quieres decir con que no siempre has sido así? —exclamó Ramsés, ansioso por saber más.
La rana lo miró y, por un instante, sus ojos brillaron de una manera casi mágica.
—Hay un mundo escondido bajo estas aguas, donde los secretos y tesoros aguardan. Pero, también hay un gran problema. Necesito tu ayuda.
Ramsés sintió que su corazón latía más rápido. La aventura que siempre había soñado estaba comenzando.

—¿Qué necesitas que haga? —preguntó, decidido.

La rana dio un salto, salpicando agua alrededor.

—Hay un pez en este lago que busca un tesoro muy especial, pero no puede encontrarlo solo. Si lo ayudas, quizás te enseñe algo maravilloso.
—¿Un tesoro? —dijo Ramsés, sus ojos resplandecían de emoción—. ¡Sí! Quiero ayudar.
—Entonces, ven conmigo. El viaje será peligroso, pero te prometo que valdrá la pena —dijo el Príncipe Rana, preparándose para saltar de nuevo al agua.
Ramsés miró hacia su madre, quien lo observaba con una mezcla de preocupación y orgullo. Sabía que este era un momento que no podía dejar pasar.

—Voy a volver, Made. Te prometo que estaré bien —dijo con una sonrisa.

—Ten cuidado, Ramsés. Confía en tu corazón —respondió su madre, sin poder ocultar su amor.
Con un último vistazo a su madre, Ramsés se adentró en el agua, sintiendo cómo la frescura lo envolvía. La rana nadaba delante, guiándolo hacia un mundo lleno de misterios.
Mientras se sumergían, Ramsés no podía imaginar las maravillas y aventuras que les esperaban en el mundo escondido debajo de la superficie. Un mundo donde los secretos del lago y la amistad florecerían como nunca antes.
Y así, comenzó su viaje hacia lo desconocido, con el Príncipe Rana como su guía y una promesa de tesoros que deslumbrarían su corazón.
—Vamos, Ramsés, el tesoro nos aguarda —dijo la rana, y juntos se adentraron en la profundidad azul, donde la luz del sol se filtraba en haces dorados, creando un camino mágico hacia la aventura.

**Capítulo 2: La cueva oculta y el desafío del guardián**

Las burbujas danzaban alrededor de Ramsés y el Príncipe Rana mientras se sumergían en el agua. Las paredes del lago se fueron desvaneciendo, dando paso a un hermoso mundo submarino. Peces de colores brillantes nadaban alegremente y plantas acuáticas se mecían suavemente, como si bailaran al son de una melodía que solo ellas podían escuchar.
—¡Guau! —exclamó Ramsés, maravillado—. ¡Es increíble! ¿Está todo esto realmente aquí?
—Oh, sí. Pero hay más de lo que parece —respondió el Príncipe Rana, con una mirada seria—. El tesoro que buscamos está escondido en una cueva cercana, pero no será fácil llegar. Deberemos pasar por el reino de los guardianes.
—¿Guardianes? —preguntó Ramsés, sintiendo un escalofrío de emoción y un poco de miedo.
—Sí —dijo la rana, acercándose más—. Son criaturas poderosas que protegen el tesoro. Solo los más valientes y astutos pueden superarlos.
Mientras se acercaban a la cueva, Ramsés pudo notar una gran entrada oscura, rodeada de algas. El agua a su alrededor se volvió más fría, y la luz del sol parecía diluirse. De repente, un gran pez con escamas plateadas y ojos que brillaban como diamantes apareció bloqueando su camino.
—¿Quiénes osan perturbar el reino de los guardianes? —rugió el pez, su voz retumbando en las profundidades.
Ramsés sintió que su corazón latía a mil por hora. Miró al Príncipe Rana en busca de apoyo.
—Estamos aquí para ayudar a un amigo —dijo la rana con valentía—. Buscamos un tesoro perdido para el pez dorado.

El pez guardián frunció el ceño, sus escamas centelleando a la luz tenue.

—Deberéis demostrar vuestro valor. Solo los que pueden resolver el acertijo del agua pueden pasar. ¿Estáis listos?

Ramsés asintió firmemente.

—¡Sí! ¡Estamos listos! —dijo, procurándose valor.

El pez sonrió y sus ojos destellaron.

—¡Escuchad con atención! Aquí está el acertijo:

“En la mañana camino en cuatro patas, al mediodía en dos y por la noche en tres. ¿Qué soy?”

Ramsés se quedó pensando, mientras el Príncipe Rana lo miraba con expectativa.

—Hmm... —murmuró Ramsés, rascándose la cabeza—. ¿En la mañana…?

De repente, recordó una historia que le había contado su madre. Era el cuento de la vida del hombre.
—¡Ya lo tengo! —exclamó—. ¡Es el hombre! En la mañana es un bebé que gatea, al mediodía es adulto y camina en dos patas, y al anochecer usa un bastón.

Los ojos del pez guardián se abrieron en sorpresa.

—¡Correcto! Has demostrado tu astucia. Podéis pasar. Pero recordad, la verdadera aventura no es solo encontrar el tesoro, sino también el valor y la amistad que encontréis en el camino.
Ramsés sintió que una gran alegría lo envolvía. Se volvió hacia el Príncipe Rana y ambos celebraron.

—¡Lo hicimos! —gritó Ramsés, y la rana saltó de felicidad.

—Ahora, sigamos —dijo la rana—. La cueva está justo delante.

Entraron en la cueva, donde las piedras brillaban como estrellas en el cielo nocturno. El aire era fresco y un suave murmullo del agua se escuchaba a su alrededor.
Sin embargo, al adentrarse más, un segundo desafío se presentó. Una gran roca bloqueaba la entrada a la cámara del tesoro. En ella, había un profundo agujero, pero no había forma de mover la roca.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Ramsés, un poco frustrado.

El Príncipe Rana miró alrededor, buscando una solución.

—Debemos pensar con calma. Quizás no se trate de moverla físicamente, sino de encontrar una forma de hacerla rodar.

Ramsés observó el agujero en la roca y tuvo una idea.

—¿Y si, usando nuestras voces, hacemos que el eco resuene? Tal vez podamos crear una vibración que la mueva de su lugar.

—¡Buena idea! —respondió el Príncipe Rana, emocionado.

Ambos se acercaron a la roca y comenzaron a cantar con todas sus fuerzas. Sus voces resonaron en la cueva, creando ecos que rebotaban en las paredes. Poco a poco, la roca comenzó a moverse, haciendo un sonido profundo.
—¡Lo estamos logrando! —gritó Ramsés, mientras la roca se deslizaba y revelaba la cámara del tesoro.
Finalmente, la roca se apartó y la entrada se iluminó, revelando un cofre brillante lleno de joyas y oro, que centelleaba como el sol.

—¡Lo logramos, Ramsés! —exclamó la rana, saltando de alegría.

Sin embargo, de repente, un destello oscuro surgió de las sombras de la cueva. Un pequeño dragón, con escamas de obsidiana y ojos rojos, apareció.

—¿Quiénes se atreven a tocar mi tesoro? —susurró con una voz profunda.

Ramsés sintió que se le helaba la sangre. Pero, mirando a su alrededor, vio al Príncipe Rana a su lado, y recordó lo que el pez guardián había dicho: la verdadera aventura estaba en la amistad y el valor que uno encontraba en el camino.
—No venimos a robar —dijo Ramsés, con la voz firme—. Venimos a ayudar a un amigo. Este tesoro pertenece a alguien que lo necesita.

El dragón frunció el ceño y se aproximó lentamente.

—¿Ayudar? ¿Qué sabe un niño de ayuda?

—Sé que el tesoro puede hacer felices a quienes lo necesitan —respondió Ramsés, sintiendo la fuerza de su corazón—. Si compartimos la riqueza, todos saldremos ganando.
El dragón se detuvo, sorprendiendo. Con cada palabra de Ramsés, el brillo de la cueva parecía intensificarse. La amistad y la valentía se manifestaban en el aire.
—Tal vez debas ser recompensado por tu nobleza, pequeño humano. —dijo el dragón, finalmente sonriendo—. Toma lo que necesites y comparte el resto.
Ramsés se volvió hacia el Príncipe Rana, quienes compartieron una sonrisa de complicidad. Por fin, su aventura había dado un giro inesperado: el verdadero tesoro no era solo el oro, sino la lección de compartir y ayudar a otros.
Juntos, decidieron tomar solo unas pocas joyas y dejar el resto en la cueva, para que otros también pudieran beneficiarse.
Con el corazón lleno de alegría, Ramsés y el Príncipe Rana se despidieron del dragón, prometiendo regresar y contarle a otros sobre la maravilla de la amistad.
Así, la cueva se llenó de una luz brillante y el viaje continuó, rumbo a más aventuras y descubrimientos en el mágico mundo bajo el agua.

### Capítulo Final: Regreso a la Superficie

La luz del sol se filtraba en el agua mientras Ramsés y el Príncipe Rana nadaban de regreso a la superficie. El tesoro que habían recogido brillaba en las manos de Ramsés, pero la verdadera riqueza que llevaban en sus corazones era la amistad que habían forjado y las lecciones que habían aprendido.
—No puedo creer lo que hemos logrado —dijo Ramsés, aún con una sonrisa amplia en su rostro—. Ayudamos al pez dorado y enfrentamos al dragón.
—Y descubrimos que la amistad y la valentía son los mayores tesoros de todos —respondió el Príncipe Rana, mientras movía sus patas con alegría.
Al llegar a la orilla, el sol estaba comenzando a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Ramsés salió del agua, con la arena fresca bajo sus pies, y al volverse, vio al Príncipe Rana mirándolo con gratitud.
—Antes de que regrese al lago, tengo algo que ofrecerte —dijo la rana, emocionada—. Este es un anillo de agua mágica. Cada vez que lo mires, recordarás nuestra aventura y lo que significa ayudar a los demás.
El Príncipe Rana le entregó un pequeño anillo hecho de algas y con una perla brillante en el centro. Ramsés lo aceptó con sorpresa.
—¡Es hermoso! Gracias, amigo. Prometo que siempre recordaré lo que hemos vivido juntos.
De repente, un destello apareció a su lado. Era el pez dorado, brillando como el sol. Con voz melodiosa, habló:
—Querido Ramsés, has demostrado gran valor y bondad. Como agradecimiento, quiero concederte un deseo. Piensa bien y elige con el corazón.
Ramsés sintió que su mente se llenaba de ideas, pero una solo se destacó en su corazón. Miró al pez dorado y dijo:
—Deseo que siempre haya un lugar en el mundo donde las criaturas del agua y los humanos puedan ser amigos y compartir aventuras.
El pez dorado sonrió, y con un movimiento de su aleta, creó una burbuja de luz que se expandió por todo el lago.
—Tu deseo será cumplido. Este lugar será un refugio para todos aquellos que busquen amistad y ayuda. Recordad siempre lo que habéis aprendido.
Con un último destello, el pez dorado se despidió, zambulléndose en las profundidades.
Ramsés, aún impresionado por lo que había ocurrido, se volvió hacia el Príncipe Rana.

—¡No puedo esperar para contarle a mi madre sobre todo esto!

—Sí, y también quiero que le digas a todos sobre la amistad y el valor. La próxima vez que te enfrentes a un desafío, recuerda que siempre hay una solución si buscas desde el corazón.
Ramsés asintió. Juntos, comenzaron a caminar hacia su hogar, sintiendo la calidez del atardecer.
Cuando llegaron, Made estaba en el jardín, regando las flores. Al ver a su hijo, corrió hacia él, preocupada.

—¡Ramsés! ¡Te estaba buscando! Estaba tan inquieta.

—¡Mamá! —exclamó él, abrazándola con fuerza—. Tienes que escuchar lo que hemos vivido. ¡Tuve una aventura increíble con el Príncipe Rana!
Ramsés le contó todo: los desafíos, el dragón, el tesoro y la lección de amistad que había aprendido. Made, con los ojos abiertos de sorpresa, sonrió al escuchar las historias llenas de magia.
—Querido, me alegra saber que has encontrado valor y amistad. La vida está llena de aventuras, solo debemos mantener nuestros corazones abiertos.
Después de la cena, Ramsés se sentó en su cama con el anillo frente a él. Mientras contemplaba la perla, recordó cada momento de su viaje.
Una suave brisa entró por la ventana, y Ramsés cerró los ojos, sintiendo el murmullo del agua del lago en su corazón. Las aventuras no habían terminado; de hecho, apenas comenzaban.
Y así, con un brillo en sus ojos, Ramsés se durmió, soñando con más misterios por descubrir, amigos por encontrar y el increíble mundo de las criaturas de agua que lo aguardaban.

**Fin**

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