Historia para Mateo

### Mateo y la Puerta Mágica

Era una mañana brillante en el pequeño pueblo donde vivía Mateo. Los pájaros cantaban alegres y el sol iluminaba cada rincón. Mateo, un dinosaurio T-Rex de dos años, era curioso y aventurero. Tenía escamas verdes que brillaban como esmeraldas y unos ojos grandes llenos de asombro. Pero lo que más le gustaba a Mateo era mirar la luna. ¡Era tan grande y brillante!
Un día, mientras exploraba su jardín, Mateo se detuvo de repente. Allí, entre las flores de colores, había algo que nunca antes había visto: una puerta. Era pequeña, de madera marrón oscura y tenía un pomo dorado que brillaba como si tuviera luz propia. Mateo se acercó, sintiendo cómo su corazón latía rápido de emoción.
"¿Qué será esto?", murmuró Mateo, inclinando su cabeza de un lado a otro. Su cola se movía de un lado a otro, nerviosa pero emocionada.

—¡Hola, puerta! —dijo con una voz suave—. ¿Dónde me llevarás?

La puerta, como si la estuviera escuchando, se abrió un poquito. Mateo se asomó, y en ese momento, un soplo de aire fresco y perfumado salió de la puerta, trayendo consigo el olor de flores exóticas y frutas dulces.
—¡Vamos, Mateo! —se dijo a sí mismo, dando un paso adelante y cruzando el umbral.
Al otro lado, el mundo era un espectáculo deslumbrante. Había montañas de caramelos y ríos de jugo de frutas. Los árboles eran como gigantes de colores, con hojas que brillaban en tonos de azul, rosa y amarillo.
De repente, un pequeño dragón de color azul voló cerca de él, girando en el aire. Tenía alas que centelleaban como estrellas.
—¡Hola, T-Rex! —exclamó el dragón, aterrizando suavemente en el suelo—. Soy Dimi. ¿Eres nuevo aquí?

Mateo sonrió, su cola moviéndose feliz.

—¡Sí! Soy Mateo. Nunca había visto un lugar tan maravilloso. ¿Qué haces aquí?

—¡Mucho! Juego con mis amigos y exploramos. Pero... —el dragón frunció el ceño—, a veces, no todos se llevan bien.

Mateo inclinó la cabeza, un poco confundido.

—¿Por qué no?

—Porque algunos no respetan a los demás. A veces, los dinosaurios y los dragones se pelean por los colores de las flores o los lugares para jugar —explicó Dimi, con un tono serio.

Mateo pensó en esto.

—Pero si todos somos diferentes, ¡podemos jugar juntos! —dijo, emocionado.

El dragón sonrió, sus ojos brillaban.

—¡Exactamente! Ven, te mostraré a mis amigos.

Y así, Mateo y Dimi comenzaron a caminar por el mágico paisaje, mientras el sol brillaba y la luna, su favorita, envolvía el cielo con su luz.
—Cuando respectamos a los demás, todos podemos ser amigos —dijo Dimi con una gran sonrisa.
Mateo asintió, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría. ¡Estaba listo para vivir una gran aventura en este nuevo mundo y aprender algo muy importante!

¿Quieres saber lo que sucederá después? ¡Pero eso es otra historia!

### Capítulo 2: El Desafío del Valle de la Amistad

Mateo y Dimi caminaron juntos por el vibrante paisaje, con el cielo pintado de nubes de algodón de azúcar y el suelo cubierto de flores que sonaban como campanitas al tocarse. La emoción rebosaba en el aire, y Mateo sentía que cada paso lo acercaba a algo especial.
—¿Cuáles son tus juegos favoritos? —preguntó con curiosidad Mateo, mientras jugueteaba con una flor que cambiaba de color.
—Me encanta volar alto y hacer acrobacias —respondió Dimi, haciendo un pequeño giro en el aire—. Pero también disfruto de jugar en el Valle de la Amistad. ¡Quiero que lo veas!

Mateo brinco de emoción.

—¡Sí! ¡Vamos al Valle de la Amistad!

Después de un rato caminando, llegaron a un lugar donde había una gran llanura llena de criaturas de todo tipo: dinosaurios, dragones, unicornios y hasta pequeños duendes. Todos jugaban juntos, riéndose y disfrutando del día. Pero luego, algo extraño sucedió.
Un grupo de reptiles y dragones comenzó a discutir cerca de un gran árbol de chicles.
—¡Yo quiero el chicle de fresa! —gritó un pequeño dinosaurio, mientras otros dragones querían el de menta.
Mateo observó con preocupación. “¿Por qué pelean?” pensó. Mientras se acercaban, Dimi le murmuró:

—Esto es lo que te decía. A veces, las diferencias causan peleas.

Mateo se acercó a los pequeños enojados y sacudió su cola.

—¡Hola, amigos! —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué están discutiendo?

El dinosaurio de fresa lo miró.

—¡Porque quiero el chicle rosa, y no quiero compartir! —replicó, cruzándose de brazos.

—Pero… —comenzó Dimi, pero Mateo lo interrumpió con alegría.

—¡Espera! Tal vez podamos resolver esto. ¡Podemos hacer un chicle en el que todos ganen! ¿Qué les parece un chicle de mezcla de sabores?

Los pequeños se miraron, sorprendidos.

—¿De verdad? —preguntó un dragón amarillo, sus ojos brillando de curiosidad.

—¡Sí! —Mateo asintió con fuerza—. Podemos juntar todos los sabores y crear algo delicioso para todos.

Dimi aplaudió de emoción.

—¡Eso suena fantástico! ¡Pero necesitan trabajar juntos!

Mateo se puso en marcha, guiando a los pequeños hacia un lugar donde había grandes recipientes llenos de colores chicle.
Con mucho entusiasmo, todos comenzaron a mezclar los sabores: el dulce de fresa, el fresco de menta, y el chispeante de limón. Mientras trabajaban juntos, comenzaron a reír y a disfrutar del momento. Cada uno aportaba ideas, y pronto, el aire se llenó de risas y buena energía.

El dragón amarillo, que antes parecía molesto, sonrió y dijo:

—¡Mira! ¡El chicle se ve increíble!

Finalmente, después de un buen rato, crearon un enorme chicle que brillaba como el arcoíris. Todos dieron un paso atrás, admirando su creación.

—¡Listo! —gritó Mateo—. Ahora, ¡a probarlo!

Con un gran suspiro de anticipación, cada uno probó un pedazo. Las caras de alegría se iluminaron en un instante.

—¡Es delicioso! —exclamó el dinosaurio de fresa, sonriendo de oreja a oreja.

—¡Nunca podría haber hecho esto sin ustedes! —dijo Dimi, mirando a todos con cariño.
Mateo sintió una gran felicidad en su corazón. En ese momento, comprendió que cuando respetamos a los demás, podemos hacer cosas maravillosas juntos.
El cielo comenzó a llenarse de estrellas y la luna resplandecía sobre el valle.

—Gracias, Mateo —dijo Dimi, abrazándolo—. Has hecho que todos sean amigos.

—¡Fue un trabajo en equipo! —respondió Mateo, mientras miraba hacia la luna, sintiendo que su corazón brillaba igual que ella.
Y así, en el mágico Valle de la Amistad, todos aprendieron que la verdadera magia sucede cuando respetamos y valoramos a los demás, creando un mundo donde todos pueden ser amigos.

¿Quieres seguir explorando con Mateo y Dimi? ¡Aventuras aún les esperan!

### Capítulo 3: El Adiós a la Aventura

La luna brillaba luminosa en el cielo, iluminando el Valle de la Amistad. Los amigos comenzaron a reunirse alrededor de Mateo y Dimi para agradecerles por la increíble fiesta de chicle que habían creado juntos. Las risas y los murmullos llenaban el aire, mientras todos disfrutaban de su nueva conexión.
—¡Mateo! ¡Eres el mejor! —exclamó el pequeño dragón amarillo, dando saltitos de alegría.
Mateo sonrió, sintiéndose un héroe. Pero en su corazón, sabía que el verdadero héroe era el respeto que todos habían aprendido a tener entre sí. Con cada boca llena de chicle de colores, los amigos se miraban y se reían como nunca antes.
—¿Podemos hacer esto otra vez? —preguntó una unicornio con destellos dorados en su crin.
—¡Claro que sí! —respondió Dimi, volando en círculos—. ¡Siempre que respetemos nuestros deseos y opiniones!
Mateo se dio cuenta de que estaba llegando la hora de regresar a casa. Miró hacia la luna y sintió que su corazón latía con nostalgia. Deseaba quedarse en ese mágico lugar para siempre, pero sabía que también había aventuras esperándolo en su mundo.
—Amigos —dijo Mateo, levantando su pequeña cola—. Este ha sido el mejor día de mi vida. Pero ahora debo regresar a casa.
Los rostros de sus amigos se entristecieron, y el dragón amarillo puso su cabeza en el suelo.

—No quiero que te vayas, Mateo. —dijo con un susurro.

Mateo se agachó, mirándolo a los ojos.

—Siempre seré tu amigo. Y cada vez que mire la luna, recordaré lo que hicimos aquí.
—¿Y si hacemos un trato? —dijo la unicornio, iluminándose con una idea brillante—. Podemos crear algo especial para que siempre nos recordemos.

—¡Sí! —Mateo se iluminó—. ¡Podemos hacer una estrella!

—¡Buena idea! —exclamó Dimi, volando alto—. Cada uno puede hacer una estrella de papel y escribir su nombre.
Así que todos se pusieron a trabajar, usando hojas brillantes y colores alegres. Mateo y Dimi ayudaron a los pequeños y, en poco tiempo, el aire se llenó de estrellas brillantes que flotaban y danzaban como fuegos artificiales.

Cuando terminaron, cada uno firmó su estrella.

—Cuando miren al cielo, recordarán nuestra amistad —dijo Mateo, satisfecho.

—¡Y nos recordaremos a nosotros mismos! —añadió Dimi, sonriendo.

Mateo tomó su estrella, una que brillaba en tonos de azul y plata. Con cuidado, la guardó cerca de su corazón. Luego, se despidió uno por uno de sus amigos. Con cada abrazo, las lágrimas se convirtieron en sonrisas, y el aire se llenó de promesas.
—Siempre recordaré lo que aprendimos juntos —dijo Mateo, mirando a Dimi—. Respetar a los demás nos hace más fuertes.
Finalmente, cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, Mateo dio un último vistazo al mágico Valle de la Amistad. Con un soplo de viento que acarició su rostro, supo que la magia viviría en su corazón, así como en el de sus amigos.

—¿Listo, Mateo? —preguntó Dimi, revoloteando a su lado.

—¡Listo! —respondió Mateo, con la mirada decidida.

Y así, Mateo dio un paso a través de la puerta mágica, dejando atrás un mundo lleno de colores y amistades. Pero en su corazón, siempre llevaría un pedacito del Valle de la Amistad, y cada vez que mirara la luna, sabría que sus amigos estaban allí, sonriendo, jugando y esperando nuevas aventuras.
Cuando cruzaron la puerta, el paisaje cambió, pero el resplandor de los recuerdos brillaba aún más fuerte.
—¡Hasta la próxima aventura! —gritaron juntos, mientras el sol los recibía con su calidez.
Y así, Mateo y Dimi regresaron a su mundo, listos para explorar lo que les depararía el nuevo día, sabiendo que la verdadera magia estaba en el respeto y la amistad que habían cultivado.

**Fin.**

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