Historia para Liz

**Título: Liz y el Monstruo de Silencio**
En un pequeño pueblo donde los árboles parecían pintados con los colores del arcoíris, vivía una niña de seis años llamada Liz. Su cabello negro y corto brillaba bajo el sol, y sus ojos marrones oscuros reflejaban una chispa de curiosidad y alegría. Cada día, Liz vestía un vestido de lunares y pasaba horas en su jardín, rodeada de flores que danzaban al ritmo del viento. Su risa era como una melodía que alegraba el aire, y se decía que incluso las aves bajaban a escucharla cantar.
—¡Mira, Mariposa! —exclamaba Liz a su amiga, una pequeña mariposa de alas doradas—. ¡Hoy vamos a bailar juntas!
Y así, mientras giraba y giraba, su risa se mezclaba con el canto de los pájaros, creando una sinfonía alegre. Pero un día, mientras practicaba un nuevo paso de baile, un destello brillante iluminó el cielo. Liz se detuvo y miró en dirección al resplandor. Para su sorpresa, un unicornio espacial, con un brillante cuerno plateado y una melena que resplandecía como el arcoíris, descendía suavemente en su jardín.
—¡Hola, Liz! —dijo el unicornio con voz suave y melodiosa—. Soy Estrella, y necesito tu ayuda.
Los ojos de Liz se abrieron como platos. Nunca había visto a un unicornio, y menos a uno que viniera del espacio. Con su corazón latiendo de emoción, Liz respondió:

—¡Hola, Estrella! ¿Qué necesitas?
—Hay un planeta llamado Melodía —continuó Estrella, moviendo su melena como si bailara—. Allí, la música y la magia fluyen como ríos brillantes. Pero... —su voz se tornó seria— algo extraño ha sucedido. La música ha desaparecido, y los animales están tristes.
Liz sintió un nudo en el estómago. Melodía sonaba increíble, y la idea de un mundo sin música la entristecía.

—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó, decidida.
—Debemos ir allí —dijo Estrella, señalando su nave espacial que se asemejaba a un enorme caracol con luces brillantes, parpadeando como estrellas en la oscuridad—. ¡Vamos!
Con un salto lleno de emoción, Liz subió a la nave. El interior olía a algodón de azúcar y a flores frescas. Estrella activó los controles, y la nave comenzó a elevarse, atravesando nubes de colores y estrellas parpadeantes. Liz miraba por la ventana, maravillada por el espectáculo.

—¿Qué hay en Melodía? —preguntó, sintiendo un cosquilleo de nervios.
—Allí, la música vive y los animales bailan —respondió Estrella, sonriendo—. Pero, hay un desafío. Un monstruo de silencio ha robado toda la música.
Liz tragó saliva. Un monstruo de silencio sonaba aterrador. Sin embargo, una chispa de valentía se encendió dentro de ella.

—¿Cómo podemos vencerlo? —se atrevió a preguntar.
—Al llegar, veremos que los animales están muy tristes. Tal vez, si organizas un gran baile, podamos traer de vuelta la música —propuso Estrella.
La nave aterrizó en Melodía, y lo que Liz vio la dejó sin palabras. Los árboles estaban cubiertos de notas musicales, pero todo estaba en un silencio inquietante. Los animales, como un conejo que solía bailar y un pato con melodiosa voz, se sentaban cabizbajos.
—¡Hola a todos! —gritó Liz, corriendo hacia ellos—. Soy Liz, y he venido a ayudar.
Pero, justo cuando iba a proponer la idea del baile, un rugido profundo resonó en el aire. La tierra tembló ligeramente, y en un giro inesperado, un enorme monstruo de silencio apareció detrás de unos arbustos, con ojos grises y una gran boca que parecía absorber cualquier sonido.
Liz sintió que su corazón latía con fuerza, pero recordó su amor por la música y la danza. Con un susurro, se volvió hacia Estrella, y juntas se miraron, listas para enfrentarse al desafío que les esperaba. ¿Podría Liz encontrar la forma de devolver la música a Melodía antes de que el monstruo las detuviera?
Liz sintió cómo el aire se volvía pesado cuando el monstruo de silencio la miró. Su corazón palpitaba con fuerza, pero en lugar de tener miedo, sintió que un destello de valentía iluminaba su ser. Miró a Estrella, quien asintió con confianza, como diciendo que todo iba a estar bien.
—¡Escucha, monstruo! —gritó Liz, con la voz llena de determinación—. ¡Nosotros queremos la música de vuelta! ¡La música trae alegría y felicidad!
El monstruo la observó, sus ojos grises parpadeando, como si intentara entender. Liz dio un paso al frente, levantando una mano. A su alrededor, los animales comenzaron a unirse, formando un grupo colorido. El conejo que solía bailar saltó con energía, mientras que el pato movía su cabeza al compás de una melodía imaginaria.

—¡Vamos, amigos! —invitó Liz con una sonrisa—. ¡Es hora de bailar y cantar!
Con cada palabra, los animales se animaban más y más. Liz comenzó a dar vueltas, moviéndose al son de una canción que solo ella podía escuchar. Estrella, con su brillante cuerno plateado, se unió, iluminando el aire con destellos de luz mágica. La música volvió a resonar en su corazón, y ella comenzó a cantar con alegría:

—🎶 En Melodía, la música vive, ¡bailamos juntos y el amor nos une! 🎶
Los animales se unieron a la canción. El conejo dio saltos, el pato empezó a cantar y otros animales, como los ciervos y las ardillas, se unieron al baile con sus propios movimientos. El aire se llenó de risas y melodías, creando una sinfonía de alegría.
Liz notó que el monstruo de silencio, al principio frunciendo el ceño, estaba ahora mirando con curiosidad. Sus ojos grises reflejaban un destello de algo que parecía ser interés. El monstruo movía su gran boca, intentando imitar los movimientos de los animales.

—¡Sigue bailando! —gritó Estrella—. ¡No te detengas, Liz!
Liz tomó una respiración profunda y, con aún más energía, continuó bailando. Bailó como nunca antes lo había hecho, con movimientos que hacían que su corazón se sintiera ligero. Y entonces, las notas musicales comenzaron a fluir de los árboles, como si estuvieran despertando de un largo sueño.
El monstruo, al ver todo el espectáculo, comenzó a tambalearse de un lado a otro, confundido pero intrigado. Liz sonrió y gritó:

—¡La música no es para ser robada! ¡Es para ser compartida y disfrutada!
El monstruo se detuvo, sus ojos grisáceos miraron a Liz y a los animales. En ese instante, algo mágico sucedió. Con un estruendo, la gran boca del monstruo se abrió y, en lugar de un rugido, un suave susurro salió de ella:
—Música... hermosa música...
Liz sonrió y con toda su fuerza, danzó más rápido, cantando con el corazón:
—🎶 Cuando estamos juntos, ¡todo es posible! 🎶
Los ojos del monstruo brillaron, y poco a poco, comenzó a moverse al compás de la música. Con cada paso que daba, parecían surgir notas musicales de su ser. Al final, el monstruo de silencio se unió con ellos, bailando y cantando, su corazón ahora lleno de la alegría que había robado.
Finalmente, el baile terminó con un gran estallido de risas y abrazos. Liz se sintió llena de felicidad, mientras todos los animales celebraban.
—¡Lo hiciste, Liz! —dijo Estrella, acercándose y posando su cabeza sobre el hombro de la niña—. ¡Has traído de vuelta la música!
Liz miró a su alrededor, viendo a todos sonrientes, incluidos el monstruo, que ahora reía con ellos.
—Gracias, Estrella —dijo Liz, bañada en alegría—. Nunca olvidaré esta aventura.
Y así, bajo un cielo estrellado que brillaba con el eco de la música, todos celebraron con un gran baile, donde la alegría y la amistad reinaban. Liz había aprendido que incluso el más grande de los desafíos podría resolverse con amor, música y un poco de valentía.
—¡Viva Melodía! —gritaron todos juntos, mientras los acordes melodiosos llenaban el aire.
Y desde ese día, la música en Melodía nunca volvió a apagarse. Liz había encontrado no solo una amiga en Estrella, sino también un lugar lleno de magia donde siempre habría música y baile.