Priscila, una niña de 8 años, vivía con su hermana Matilda, su abuela Maria y su perro Tom en un tranquilo rincón de la encantadora ciudad de Monte Morelos. Maria, habiéndoles contado mil y una historias, poseía la extraordinaria habilidad de convertir las lecciones de vida en fantásticas aventuras. Su historia favorita recurría a una mujer brillante, Ada Lovelace, cuya inventiva estableció el camino para la era moderna de la computación.

Inspirada por las historias de su abuela, Priscila soñaba con construir su propio artilugio mágico. Un día, encontró una caja llena de piezas que parecían salidas de un cuento de Ada Lovelace. Decidida a construir su máquina, Priscila se enfrentó a su desafío más grande: las instrucciones estaban en un idioma que no entendía.

Priscila y Matilda, a pesar de las dificultades, se decidieron a resolver el enigma. Encontraron patrones, funcionaron como un equipo y, al hacerlo, descubrieron que las extrañas palabras eran códigos similares a los que Ada Lovelace utilizó para programar. Priscila y Matilda, guiadas por la curiosidad y el amor por las historias de su abuela, descifraron el código y construyeron su maravillosa máquina.

Para sorpresa de todos, la máquina comenzó a funcionar, no solo calculando números sino también tejiendo palabras en hermosos poemas. La habitación se llenó de aplausos y risas, y Tom, el perro, ladró en alegría. Priscila, Matilda y su abuela, vieron cómo su máquina, inspirada por Ada Lovelace, transformaba números en poesía. Ese día, Priscila aprendió que los sueños pueden hacerse realidad con coraje, determinación y un poco de ayuda de los seres queridos.

La vida en Monte Morelos nunca volvió a ser la misma. Ahora, cada noche, la familia se reunía alrededor de la máquina para escuchar las hermosas poesías que creaba. La historia de Ada Lovelace, una vez contada por la abuela Maria, ahora se convertía en una parte viva de su vida diaria.