Historia para Hugo & Áfri

### El Viaje de Galileo en Gátova

Era un día soleado en Gátova. Las flores estaban de fiesta, y los pájaros cantaban alegres. En el jardín de la casa de Hugo y Áfri, sus dos perras, Lissy y Kiara, correteaban mientras Horus, el perro, ladraba felizmente.
—¡Mira, Lissy! —dijo Hugo, apuntando hacia el cielo—. ¡Hay una nube que se parece a un gato!
—¡Es verdad! —rió Áfri, mientras se acomodaba su gorra—. ¡Hugo, eres un gran artista!

De repente, su madre Silvia salió al jardín con una sonrisa.

—¡Hugo! ¡Áfri! —llamó—. Tienen que escuchar esto. Hoy llegará alguien muy especial a nuestra aldea.

Hugo y Áfri se miraron intrigados.

—¿Quién es? —preguntó Áfri.

—Es Galileo Galilei, un gran científico —explicó Silvia—. Traerá sus inventos y nos enseñará sobre las estrellas.

—¿Estrellas? —Hugo abrió los ojos—. ¡Quiero verlas!

—Sí, yo también —dijo Áfri, emocionada—. ¡Vamos a prepararnos!

Mientras se vestían, con los perritos saltando a su alrededor, Hugo no podía dejar de pensar en las estrellas.

—¿Crees que Galileo tiene un monstruo de las estrellas? —preguntó, riendo.

—¡No, tonto! —exclamó Áfri—. ¡Seguro que tiene un telescopio!

—¿Telescopio? —Hugo frunció el ceño—. ¿Eso se come?

Áfri se rió de nuevo.

—No, Hugo. Es un invento para ver cosas que están muy, muy lejos. ¡Como las estrellas!

Hugo se quedó con la boca abierta.

—¡Quiero ver las estrellas! —gritó.

Cuando el sol comenzó a esconderse, las luces de la aldea brillaron y un murmullo de emoción llenó el aire. Galileo llegó, vestido con una capa azul oscura y una gran sonrisa.
—¡Hola, pequeños exploradores! —saludó Galileo, agachándose para mirar a los niños—. ¿Están listos para un viaje muy especial?

—¡Sí! —gritaron Hugo y Áfri al unísono.

Galileo les mostró un gran telescopio, brillante como el sol.

—Con esto, vamos a ver cosas que nunca han visto antes —dijo, con los ojos brillantes de emoción—. ¡Las estrellas están esperando!

Hugo y Áfri miraron el telescopio con asombro.

—¿Puedo probarlo? —preguntó Hugo, saltando de emoción.

—Por supuesto. Pero primero, deben tener mucho cuidado —respondió Galileo, guiándolos hacia el telescopio.
Mientras los niños se acercaban, sus corazones latían rápidamente. ¿Qué maravillas verían esa noche?
Y así, entre risas y sueños de estrellas, comenzó un mágico viaje que nadie olvidaría.

—¿Qué pasará después? —preguntó Hugo, con los ojos llenos de curiosidad.

—Aún queda mucho por descubrir —dijo Galileo, con una amplia sonrisa—. ¡Vamos a mirar!

Y el cielo, lleno de misterios, los esperaba.

**Fin del primer capítulo.**

### El Viaje de Galileo en Gátova: El Desafío Inesperado

La noche se volvió oscura y las estrellas comenzaron a brillar como pequeñas linternas en el cielo. Hugo y Áfri estaban emocionados mientras Galileo les mostraba cómo usar el telescopio.
—¡Mira, se ven tan cerca! —exclamó Áfri mientras miraba a través del telescopio—. ¡Hugo, ven! ¡Es impresionante!
—Voy, voy! —respondió Hugo, empujando un poco a Lissy, que estaba a su lado—. ¡Quiero ver el gato que está en la luna!
Galileo sonrió mientras ayudaba a Hugo a mirar por el telescopio. Pero, justo cuando estaba a punto de ver la luna, un viento fuerte sopló y las luces se apagaron.

—¡Oh no! —dijo Áfri, preocupada—. ¡No podemos ver nada sin luz!

—No se preocupen, exploradores —dijo Galileo, tratando de calmarlos—. Solo necesitamos un poco de luz.

Pero de repente, Horus comenzó a ladrar con fuerza.

—¿Qué pasa, Horus? —preguntó Hugo, asustado.

Horus estaba mirando hacia el bosque cercano, moviendo su cola rápidamente.

—¡Vamos a ver! —dijo Áfri, sintiendo curiosidad—. ¡Quizás hay algo allí!

Sin pensarlo dos veces, los niños y sus perritos corrieron hacia el bosque, siguiendo a Horus. Mientras avanzaban, la luna apareció de nuevo, iluminando el camino.

—¡Miren! —gritó Hugo—. ¡Ahí está algo brillante!

Era una piedra grande y luminosa en medio del bosque. Todos se acercaron con cuidado.

—Es hermosa —susurró Áfri—. Pero, ¿qué es?

Galileo se agachó para examinar la piedra.

—Parece una roca especial. Pero... —dijo, frunciendo el ceño—. No debemos tocarla sin saber qué es.

De repente, un búho voló sobre ellos, haciendo que todos saltaran.

—¡Uuuh! —gritó Lissy, ladrando.

—Shh, Lissy —dijo Hugo—. No te asustes.

—Creo que el búho quiere que la dejemos en paz —murmuró Áfri—. Quizás la roca está cuidando algo.

Galileo sonrió y asintió.

—A veces, las maravillas que encontramos en la naturaleza son más importantes de lo que pensamos.
Así que, en lugar de tocar la piedra, los niños decidieron dibujarla en sus cuadernos.

—¡Miren esto! —dijo Hugo mientras dibujaba—. ¡Es un tesoro del bosque!

—Sí, un tesoro que debemos cuidar —respondió Áfri, sintiéndose feliz.

Galileo miró con cariño a los niños.

—Exactamente. Cada vez que descubrimos algo nuevo, podemos aprender algo importante.
Mientras regresaban a casa, todos sintieron que habían vivido una gran aventura. La luna brillaba intensamente en el cielo, como si les sonriera.

—¡Mañana seguiremos explorando! —anunció Hugo con alegría.

—Sí, y quizás encontremos más tesoros —dijo Áfri, con una sonrisa en su rostro.

Y así, con corazones llenos de emoción y la promesa de nuevas aventuras, regresaron a Gátova, donde las estrellas seguían esperando.
El viaje de Galileo apenas comenzaba, y los niños sabían que con él, cada día sería una nueva oportunidad para aprender y descubrir juntos.

**Fin del segundo capítulo.**

### El Capítulo Final: El Gran Descubrimiento

Al día siguiente, Gátova despertó bajo un cielo azul brillante. Los pájaros cantaban y el sol sonreía. Hugo, Áfri, y sus perritos, Lissy, Kiara y Horus, estaban ansiosos por ver a Galileo nuevamente.

—Hoy vamos a explorar más —dijo Hugo, bailando de alegría.

—Sí, y quiero saber más sobre las estrellas —agregó Áfri, mientras acariciaba a Kiara.
Cuando llegaron al pequeño claro donde habían visto a Galileo la noche anterior, él ya estaba allí, preparando su telescopio.

—¡Buenos días, exploradores! —saludó Galileo con una sonrisa.

—¡Buenos días, Galileo! —gritaron los niños, salpicando felicidad por todo el lugar.

Galileo les dijo que hoy aprenderían sobre las estrellas y los planetas.

—¿Sabían que cada estrella tiene su propio nombre? —preguntó, mientras alineaba el telescopio.

—¿En serio? —dijo Áfri, sorprendida.

—¡Sí! —respondió Galileo—. Hoy vamos a ver a "Sirio", la estrella más brillante del cielo nocturno.

Hugo, emocionado, se puso en la fila para mirar.

—¡Yo primero! Quiero ver a la estrella brillante —dijo, saltando de un pie a otro.
—Está bien, Hugo, pero hay que esperar nuestro turno —dijo Áfri con una sonrisa.

Galileo les mostró cómo mirar por el telescopio.

—Recuerden, la paciencia es importante —les dijo.

Hugo, mientras esperaba, comenzó a contarle a Lissy sobre las estrellas.

—¿Sabías que hay estrellas que se ven azules y otras rojas? —preguntó, mientras Lissy movía la cola.

Finalmente, llegó el turno de Áfri. Miró con curiosidad y gritó:

—¡Es hermosa! ¡Brilla como un diamante!

—Muy bien, Áfri. Ahora es el turno de Hugo —dijo Galileo, sonriendo.

Hugo corrió hacia el telescopio y, al mirar, sus ojos se abrieron como platos.

—¡La estrella es enorme! —exclamó.

—¡Y está tan lejos! —añadió Áfri, mientras Galileo les contaba que Sirio estaba a muchos años luz de distancia.

—Oh, ¿y qué es un año luz? —preguntó Hugo con curiosidad.

—Es la distancia que viaja la luz en un año —explicó Galileo—. ¡Es un montón de kilómetros!

De pronto, Horus ladró emocionado y comenzó a correr hacia un arbusto.

—¿Qué pasa, Horus? —gritó Hugo.

El perrito salió de detrás del arbusto con algo brillante en su boca.

—¡Mira! —dijo Áfri—. ¡Es otra piedra brillante!

Galileo se acercó, observando la nueva piedra con atención.

—¡Increíble! —dijo—. Esto podría ser un mineral especial. Quizás podamos estudiarlo y aprender más.
Los niños estaban felices. Habían encontrado otro "tesoro" que podían cuidar y aprender sobre él.
—Hoy hemos descubierto no solo estrellas, sino también una nueva piedra —dijo Galileo—. ¡Ustedes son unos grandes exploradores!

Hugo y Áfri sonrieron, sintiéndose orgullosos.

—¿Podemos llevar nuestra nueva piedra a casa? —preguntó Hugo.

—Por supuesto. Pero recuerden, siempre debemos cuidar de la naturaleza y respetar lo que encontramos —respondió Galileo.
Mientras regresaban a Gátova, los niños se sintieron emocionados por todas las cosas que habían aprendido.

—Gracias, Galileo —dijo Áfri—. Fue un gran día.

—Sí, ¡gracias! —agregó Hugo—. ¡No puedo esperar a nuestra próxima aventura!

Y así, con Lissy y Horus brincando a su alrededor, y Kiara disfrutando del sol, los niños regresaron a casa. Estaban llenos de historias y descubrimientos que contar a sus padres, Silvia y David.
Esa noche, miraron las estrellas desde su ventana con el corazón alegre, soñando con nuevas aventuras y tesoros que aún les quedaban por descubrir.

Y así, la magia del cielo y la curiosidad de los niños nunca terminaron.

**Fin.**

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