Historia para Jose Luis
**Título: El Grinch y el Espíritu de Badajoz**

**Capítulo 1: Un Grinch en Badajoz**
Era un hermoso día de diciembre en Badajoz. Las luces de colores brillaban en cada esquina, y el aire olía a galletas recién horneadas. Los habitantes de Badajoz estaban emocionados porque se acercaba la Navidad. Sin embargo, en lo alto de una montaña cercana, vivía un extraño personaje llamado el Grinch.
El Grinch era un ser verde y peludo, con una gran nariz aguileña que siempre arrugaba cuando le hablaban de la Navidad. “Bah, ¡humbug!” solía gritar. A él no le gustaban las fiestas, los villancicos ni las sonrisas de los niños. Por eso, cuando se enteró que él iba a ser el encargado de las celebraciones de Navidad en la ciudad, se quedó boquiabierto.
“¿Yo? ¿Encargado de una fiesta?” se preguntó el Grinch mientras se rascaba la cabeza. “Esto es un desastre en potencia. ¡Necesito un plan!”
Mientras tanto, en el centro de Badajoz, los niños jugaban en la nieve, construyendo muñecos y deslizando en trineos. Entre ellos estaba un niño llamado Jose Luis. Tenía seis años, ojos brillantes como estrellas y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.
“¡Mira, Jose Luis! Vamos a poner el árbol de Navidad en la plaza!” gritó su amiga Clara, corriendo hacia él con un adorno brillante en la mano.
“¡Sí! ¡Quiero que sea el árbol más bonito del mundo!” respondió Jose Luis, con una gran sonrisa. “¡Y deberíamos cantar villancicos también!”
Justo en ese momento, el Grinch se asomó desde su escondite en la montaña. Miró a los niños y su corazón se encogió. “¿Por qué son tan felices? ¡Esos tontos ni siquiera saben que yo voy a arruinar su Navidad!” murmuró entre dientes.
Decidido a llevar a cabo su plan, el Grinch se deslizó hacia la ciudad mientras su mente maquinaba ideas traviesas. “Primero, voy a esconder los adornos del árbol. Después, robaré los regalos de la plaza. ¡Nadie podrá celebrar nada sin decoraciones ni regalos!”
Al llegar a Badajoz, vio a Jose Luis y a Clara colgando cintas de colores en el árbol. “Mira, Clara. Este año tenemos al Grinch. Tal vez lo podamos invitar,” dijo Jose Luis con una voz esperanzadora.
“¡No! ¡Ese Grinch es malo! ¡A mí no me gusta!” gritó Clara, encogiéndose de hombros. Sin embargo, a Jose Luis se le ocurrió una idea. “Tal vez si le mostramos cuán divertida puede ser la Navidad, cambiará de opinión.”
“¡Eso nunca ocurrirá!” dijo Clara, pero Jose Luis era muy persuasivo. “Vamos a hacerle una invitación. Tal vez se sienta solo.”
Mientras tanto, el Grinch se acercó un poco más a escuchar. “¡No! ¡No quiero ser invitado!” se dijo a sí mismo, pero algo en su interior comenzó a moverse. “¡Bah! Yo solo quiero arruinar la Navidad. ¡Nada de eso!”
Jose Luis, entusiasta y decidido, comenzó a escribir una tarjeta. “Querido Grinch, ven a celebrar la Navidad con nosotros. Prometemos que te divertirás.”
Cuando terminó, se giró hacia Clara, quien miraba con una mezcla de miedo y curiosidad. “No podemos rendirnos. ¡La Navidad es para compartir!” dijo Jose Luis.
El Grinch, escuchando desde las sombras, sintió una extraña punzada en su pecho. “¿Compartir? ¿Divertirse? No, eso no es para mí...” murmuró, pero sus pensamientos estaban llenos de confusión.
“¡Vamos, Clara! ¡Entreguemos la invitación al Grinch!” dijo Jose Luis, decidido a cambiar su corazón. Clara, aunque dudosa, lo siguió, sintiendo que quizás, tal vez, había algo bueno escondido en ese Grinch.
Mientras se acercaban a la montaña, el Grinch no podía creer lo que veía. “¿Estos niños vienen aquí? ¿A mí? ¡No lo entiendo!” pensó, tratando de ocultarse un poco más tras un árbol.
Jose Luis miró al Grinch y le sonrió. “¡Hola, Grinch! ¡Esta es tu invitación a la celebración de Navidad! ¿Quieres venir?”
El Grinch se quedó paralizado. Nadie le había hablado así antes. “¿Yo? ¿Invitado? ¿A una fiesta de Navidad?” balbuceó. La inquietud en su corazón comenzó a transformarse en curiosidad.
Y así, en una fría y brillante mañana, comenzó la inusual aventura del Grinch en Badajoz, donde incluso los corazones más duros podían cambiar con solo un poco de amor y amistad.
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Continuará...

**Capítulo 2: Un Desafío Inesperado**
El día de la celebración de Navidad se acercaba rápidamente. La plaza de Badajoz estaba llena de luces brillantes y el olor de deliciosas galletas llenaba el aire. Jose Luis y Clara estaban emocionados, pero también un poco nerviosos por la llegada del Grinch.
“¿Crees que vendrá?” preguntó Clara, mirando hacia la montaña con incertidumbre.
“¡Claro que sí! Le dimos nuestra invitación. Si viniera a la plaza, vería lo especial que es la Navidad,” respondió Jose Luis, lleno de esperanza.
Mientras tanto, el Grinch, en su cueva, estaba pensando en lo que había escuchado. “¿Por qué esos niños quieren que yo esté allí? No lo entiendo…” Se acarició la barbilla, tratando de encontrar un motivo para no ir.
Pero justo cuando decidió que debía sabotear la celebración con su viejo plan de robar los adornos, un rayo de luz brilló por la ventana de su cueva. “¡Bah! ¡Nunca podré disfrutar de la Navidad! Pero si arruino la fiesta, ¡eso sí me hará sentir mejor!”, se dijo el Grinch.
Al mismo tiempo, en el centro de Badajoz, los niños estaban en medio de los preparativos. Jose Luis, Clara y sus amigos estaban colocando las últimas decoraciones. De repente, un fuerte viento sopló y voló algunos adornos, llevándolos a la cima de una colina cercana.

“Oh no, ¡nuestras decoraciones!” gritó Clara, corriendo tras ellos.
“¡Espera! ¡No te vayas sola!” le gritó Jose Luis, y juntos, siguieron el rastro de los adornos voladores. Sin embargo, no solo las decoraciones estaban en peligro, algo más oscuro se acercaba a la plaza.
Mientras tanto, el Grinch se había asomado por la ventana de su cueva. “Ah, los niños están desprevenidos. ¡Este es el momento perfecto para llevarme esos adornos!” pensó, con una sonrisa maliciosa.
Jose Luis y Clara lograron recuperar algunos adornos, pero había uno que se había quedado atrapado en un árbol muy alto. “¡No puedo alcanzarlo!” se quejó Clara, intentando trepar, pero resbalándose.
“¡Déjame intentarlo!” dijo Jose Luis, decidido a ayudar a su amiga. Se puso de puntillas y estiró sus pequeños brazos, pero el adorno seguía ahí, colgado y fuera de su alcance.
“¡Tienen que tener más cuidado! ¡No puedo dejar que se arruine la Navidad!” susurró el Grinch para sí mismo. Entonces, un plan comenzó a formarse en su mente. “Si no alcanzo el adorno, ¡lo robaré justo de debajo de sus narices!”
Pero en ese momento, el viento sopló de nuevo, y un gran copo de nieve cayó justo en la cara del Grinch. “¡Brrr! ¿Por qué hace tanto frío?” murmuró, y antes de que se diera cuenta, comenzó a bajar la colina hacia los niños, sintiendo que su corazón se calentaba.
Jose Luis y Clara miraron hacia arriba y vieron al Grinch acercándose. “¡Mira! ¡Es el Grinch!” exclamó Clara, asustada.
“No, espera. Tal vez viene a ayudarnos,” dijo Jose Luis, recordando su invitación. “Grinch, necesitamos tu ayuda. ¡El adorno se ha quedado atrapado!”
El Grinch, un poco confundido, miró a los niños. “¿Yo ayudarles? ¡No! ¡No tengo que ayudar a nadie!” Pero algo en su interior le decía que quizás, solo quizás, podría hacer algo bueno.
“Voy a intentarlo,” dijo de repente, y con un salto, el Grinch se subió ágilmente al árbol. Todos los niños lo miraban con la boca abierta. “¿El Grinch? ¿Ayudando?” se preguntaron, sorprendidos.
Con un movimiento rápido, el Grinch alcanzó el adorno y lo tiró hacia abajo. “¡Tomen su adorno!” gritó, sonriendo más de lo que había sonreído en años.
Jose Luis corrió a atraparlo. “¡Gracias, Grinch! ¡Eres increíble!” dijo, radiante.
El Grinch, a pesar de su aspecto aterrador, sintió como si le estuvieran dando un pequeño regalo en su corazón. “¿De verdad piensan eso de mí?” se preguntó en voz baja.
Pero justo cuando pensaban que todo estaba bien, las luces de la plaza comenzaron a parpadear. “¡Oh no! ¡La electricidad está fallando!” dijo Clara, preocupada. “¿Cómo celebraremos sin luces?”
“¡No se preocupen! He tenido una idea,” exclamó Jose Luis. “Podemos usar las linternas y velitas. ¡Harán que todo brille de una manera especial!”
Los niños comenzaron a buscar linternas, pero el tiempo se estaba acabando. El Grinch, viendo el apuro de los niños, pensó en sus viejos trucos. “Si robara las luces de mi cueva, podría hacer que la celebración fuera increíble…” Pero un sentimiento de deseo de hacer lo correcto le detuvo.
“¡Ya sé! Puedo ayudarles con mi energía especial,” dijo el Grinch, sintiéndose más confiado. “Voy a traer las luces.”
Los niños lo miraron asombrados. “¿De verdad harías eso por nosotros?” preguntó Clara, con una sonrisa cautelosa.
“Sí, y después de esto, tal vez yo también disfrute de la Navidad,” respondió el Grinch mientras se alejaba, sintiendo una extraña emoción en su corazón.
Cuando el Grinch volvió con las luces, los niños lo recibieron con vítores. “¡Hurra por el Grinch!” gritaron, y él no pudo evitar sonreír. Finalmente, el Grinch sintió algo que nunca había sentido antes: la alegría de ayudar a otros y ser parte de algo especial.
Pero, a medida que la noche caía y la plaza se iluminaba, el Grinch aún no estaba seguro de lo que vendría. ¿Podría realmente cambiar su corazón para siempre? Podía sentir que estaba en un camino nuevo, uno que lo llevaría a descubrir el verdadero significado de la Navidad.
“¡Esto es solo el comienzo!” pensó el Grinch, mientras se unía a los niños para celebrar. Pero el desafío aún no había terminado.
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Continuará...

**Capítulo Final: La Verdadera Navidad en Badajoz**
La noche de celebración llegó, brillante y mágica en la plaza de Badajoz. Las luces que el Grinch había traído centelleaban, y junto con las velitas que los niños habían colocado, creaban un paisaje encantador. El aroma de las galletas recién horneadas, el sonido de las risas, y la música alegre llenaban el aire.
Jose Luis, Clara y sus amigos estaban emocionados. “¡Mira cómo brilla todo, Grinch!” exclamó Clara, con los ojos brillantes como las luces.
“Es... increíble,” murmuró el Grinch, sintiendo algo calido en su corazón. “Nunca pensé que podría ser parte de algo así.” La verdad es que, una vez que comenzó a ayudar, algo dentro de él se había transformado.
De repente, el alcalde de Badajoz, un hombre amable y risueño, subió al escenario. “¡Bienvenidos a nuestra celebración de Navidad!” dijo con entusiasmo. “Esta noche no solo celebramos la alegría de la Navidad, sino también el poder de la amistad y la colaboración.”
La multitud aplaudió y vitoreó. “¡Gracias al Grinch por sus maravillosas luces y por unirse a nosotros!” gritó el alcalde, señalando al Grinch.
Los niños aplaudieron, y el Grinch, a pesar de su naturaleza solitaria, sintió que su rostro se sonrojaba. “¿De verdad están agradecidos?” murmuró para sí mismo, mientras trataba de ocultar una sonrisa.
“¡Sí!” gritaron todos, y Jose Luis, aún entusiasmado, se acercó al Grinch. “Tú también eres parte de nuestra familia de Navidad, Grinch. ¿Te gustaría ayudar a encender el árbol?”
El Grinch, un poco dudoso, aceptó. “Está bien, lo haré. Pero, no me llamen parte de la familia, solo... un ayudante,” dijo, intentando mantener su actitud distante.
Jose Luis se rió. “Está bien, entonces. ¡Vamos! ¡Uno, dos, tres!” Y juntos, con un gran empujón, encendieron las luces del enorme árbol navideño en el centro de la plaza.
Las luces brillaron intensamente, iluminando el rostro de cada persona presente. “¡Hurra!” gritaron todos con alegría. Aquel momento fue mágico, y el Grinch sintió que su antiguo corazón helado se derretía un poco más.
Mientras la celebración continuaba, las familias comenzaron a compartir historias y risas. Jose Luis se acercó al Grinch y le dijo: “Hoy hemos aprendido algo importante. La Navidad no se trata solo de las luces y los regalos, sino de ser honestos y ayudar a los demás.”
El Grinch, sorprendido, frunció el ceño. “¿Honestidad?” repitió, pensando en cómo había tratado de sabotear la celebración al principio.
“Sí,” explicó Jose Luis. “Di siempre la verdad, porque no se puede confiar en un mentiroso. Al final, lo que realmente importa es el amor y la bondad que compartimos. Gracias a ti, hemos pasado una gran Navidad.”
“Entonces... ¡he estado equivocado todo este tiempo!” exclamó el Grinch, sintiéndose abrumado por la revelación. “He mentido y he querido arruinar la Navidad, pero ahora... quiero ser parte de esto.”
Los niños lo miraron con sorpresa, pero luego comenzaron a aplaudir. “¡El Grinch ha cambiado!” gritaron con alegría.
Durante el resto de la noche, el Grinch se unió a los niños en juegos, historias, y hasta en la deliciosa cena navideña. Compartió risas, historias divertidas y, sobre todo, muchos abrazos. Hallar un lugar en el corazón de los demás era una alegría que nunca había experimentado antes.
Cuando el cielo se oscureció y las estrellas comenzaron a brillar, el Grinch miró a los niños, a Jose Luis y a Clara, y comprendió que había encontrado una nueva familia en ellos.
“¡Feliz Navidad a todos!” gritó, y todos en la plaza respondieron con un gran “¡Feliz Navidad, Grinch!”
Y así, en las calles de Badajoz, la Navidad no solo iluminó la plaza, sino también los corazones de todos, incluido el Grinch. Desde ese día, él prometió ser honesto y ayudar a los demás, porque había aprendido la verdadera razón de la Navidad: la verdad, el amor y la amistad.
Y así, Badajoz celebró la Navidad como nunca antes, y el Grinch, con su nuevo y cálido corazón, nunca volvió a ser el mismo.
