Historia para Esmeralda

**Título: Cenicienta y el Gnomo Gruñón**
En un hermoso reino lleno de flores de colores brillantes y árboles maravillosamente altos, donde los pájaros cantaban dulces melodías y el sol sonreía cada mañana, vivía una joven llamada Cenicienta. Su cabello era dorado como el sol y sus ojos, de un azul profundo, brillaban con alegría y curiosidad. A Cenicienta le encantaba la música, los animales, leer cuentos de princesas y pintar hermosas imágenes de su mundo encantado.
Un día, mientras paseaba por un sendero cubierto de flores silvestres, sintió que algo la llamaba. Era un quejido suave, como si alguien estuviera triste. Con el corazón latiendo con fuerza, siguió el sonido hasta el borde del bosque, donde encontró a un gnomo viejo, arrugado y con una gran barba blanca que se retorcía de frustración. El gnomo llevaba una gorra roja, un poco desgastada, que parecía muy especial para él.
—¡Ay, no! ¡He perdido mi gorra! —gritó el gnomo, mirando a su alrededor con ojos desorbitados—. ¡Sin ella no puedo salir! ¡No me hables más!

Cenicienta se acercó un poco más, intrigada.
—¿Qué te pasa, señor gnomo? —preguntó, con su voz suave como el susurro del viento.
El gnomo frunció el ceño y cruzó los brazos, pero Cenicienta no se dio por vencida.

—¿Puedo ayudarte a buscarla? —ofreció, sonriendo con amabilidad.
El gnomo, aunque seguía gruñendo, sintió que su corazón comenzaba a caldearse un poco. Nadie había querido ayudarlo antes.
—Está bien, pero no te prometo que no te enojes conmigo —respondió, un poco más calmado.
Juntos comenzaron a buscar la gorra en el bosque, mirando detrás de cada árbol y debajo de cada arbusto. Mientras buscaban, Cenicienta vio a un pequeño ratón que corría entre las hojas.
—¡Mira! —exclamó—. Quizás los animales del bosque puedan ayudarnos.

El gnomo, todavía un poco escéptico, miró a su alrededor.
—Los animales son tontos y solo se preocupan por ellos mismos —dijo con un suspiro.
Pero Cenicienta no estaba de acuerdo.
—A veces, los animales son más inteligentes de lo que pensamos —respondió, sonriendo—. ¡Vamos a preguntarles!
Mientras continuaban su búsqueda, Cenicienta ofreció al gnomo un poco de agua fresca de un arroyo cercano. Él, sorprendido por su amabilidad, aceptó, aunque con un gesto de desdén.
—¿Por qué siempre estás tan enojado? —preguntó ella, mirándolo con curiosidad.
El gnomo suspiró profundamente, como si llevara un gran peso en su corazón.
—Porque nadie respeta a los gnomos, todos piensan que somos solo criaturas pequeñas y feas —respondió con tristeza.
Cenicienta, con su corazón amable, le dijo:
—Yo respeto a todos, incluso a los gnomos.
Con cada palabra, el gnomo comenzó a sentir que su enojo se desvanecía un poco. Más tarde, mientras se adentraban más en el bosque, escucharon un ruido. Era un grupo de pequeños animales: un ratón, un pájaro y un conejito, que habían encontrado la gorra atrapada en una rama alta.
—¡Mira! —gritó Cenicienta—. ¡Los animales también ayudan!
El gnomo, sorprendido y un poco avergonzado, empezó a reírse un poco.
—Quizás no todos los humanos son tan malos —admitió, con una chispa de alegría en su voz.
Juntos, con la ayuda de los animales, lograron recuperar la gorra del árbol. Pero cuando el gnomo se la puso de nuevo, algo extraño sucedió. La gorra brilló intensamente y, en un abrir y cerrar de ojos, el gnomo se transformó en un pequeño príncipe, con una corona dorada y una sonrisa encantadora.
Cenicienta se quedó boquiabierta, sin poder creer lo que veía.
—¿Eres un príncipe? —preguntó con los ojos muy abiertos.
El príncipe gnomo sonrió aún más.
—Sí, lo soy. Estaba bajo un hechizo que solo se rompería con la verdadera amabilidad. ¡Gracias, Cenicienta! Ahora puedo volver a mi reino.
Cenicienta se llenó de felicidad, pero había algo más que la intrigaba.
—¿Y qué harás ahora? —preguntó, ansiosa por saber.
El príncipe gnomo miró a su alrededor, luego a los animales y finalmente a Cenicienta.
—Voy a hacer un gran festín en mi castillo y quiero que tú estés allí. Todos mis amigos, tanto humanos como animales, están invitados. ¡Celebraré la verdadera amistad y la bondad que encontramos hoy!
Cenicienta sintió que su corazón latía con emoción. Pero, mientras comenzaban a caminar hacia el castillo, un giro inesperado ocurrió. En el camino, se encontraron con una tormenta repentina, trayendo fuertes vientos y relámpagos que iluminaban el cielo.
—¡Oh, no! —gritó Cenicienta—. ¿Qué haremos ahora?
El príncipe gnomo miró a Cenicienta con determinación.
—No te preocupes, juntos encontraremos el camino seguro.
Así, entre relámpagos y truenos, se dieron cuenta de que no solo necesitaban encontrar el camino, sino también enfrentarse a sus propios miedos.
¿Lograrán llegar al castillo a tiempo para la celebración? ¿Qué otros secretos guarda el bosque? La aventura apenas comenzaba...
**El Viaje de Cenicienta y el Gnomo: El Cuento de la Amistad y la Tormenta**
El cielo se oscureció y las nubes comenzaron a rugir como si fueran grandes leones. Cenicienta y el príncipe gnomo, cuyo nombre era Gnomín, se miraron el uno al otro con alarma. La lluvia empezó a caer, primero como una suave brisa, pero pronto se convirtió en un torrente que mojaba todo a su paso.
—¡Debemos encontrar un refugio! —gritó Gnomín, tratando de hacerse oír sobre el estruendo del viento.
Cenicienta asintió, su corazón palpitaba rápido, pero no tenía miedo porque estaba con su amigo. Juntos, corrieron entre los árboles, buscando un lugar donde protegerse de la tormenta. Mientras corrían, Cenicienta tuvo una idea.
—¡Mira! —exclamó, señalando un gran roble con un hueco en su tronco—. ¡Podemos escondernos allí!
—¡Buena idea! —respondió Gnomín, y corrieron hacia el árbol.
Se metieron en el hueco del roble justo a tiempo. La lluvia caía con fuerza, pero dentro del árbol estaban secos y a salvo. Cenicienta respiró hondo, y mientras escuchaban el ruido de la tormenta, comenzó a cantar suavemente una canción. Era una canción sobre el sol, las flores y la amistad.