Historia para Alan

**Título: Alan y Toto en el Mundo de Oz**
Era un cálido día de verano y el sol brillaba con una luz dorada en el pequeño jardín de Alan. Las flores danzaban suavemente al compás del viento, y las aves piaban alegremente desde las ramas de los árboles. Alan, un niño de ocho años, tenía el cabello corto y negro, y sus ojos marrón oscuro brillaban de emoción. A él le encantaba jugar al fútbol, correr por el campo y, en ocasiones, perderse en el mundo de los videojuegos. Pero hoy, su mayor alegría era su pequeño perro, Toto, un terrier juguetón que corría tras una mariposa amarilla que revoloteaba por el jardín.
—¡Mira, Toto! —gritó Alan, riendo mientras el perrito saltaba de un lado a otro—. ¡Eres más rápido que una flecha!
Jacobo, la madre de Alan, salió por la puerta de la cocina, con una gran sonrisa en su rostro. Siempre vestía con ropa colorida que reflejaba su alegría.
—¡Alan! —llamó—. ¿Quieres un helado para refrescarte?

—¡Sí, por favor! —respondió Alan, corriendo hacia su madre.
Mientras Alan disfrutaba de su helado de fresa, miraba a su alrededor y soñaba con aventuras emocionantes. A veces, deseaba que algo extraordinario sucediera. Justo en ese momento, una ráfaga de viento mágico sopló a través del jardín, agitando las hojas de los árboles. Alan sintió que una chispa de energía recorría su cuerpo.

—¿Qué es eso? —preguntó, mirando a Toto.
El perrito ladró con entusiasmo, como si también sintiera la magia que estaba por venir. De repente, un torbellino de luces brillantes envolvió a Alan y a su fiel amigo. Entre risas y ladridos, fueron levantados del suelo y llevados a un nuevo lugar.
Cuando el torbellino se disipó, Alan se encontró en un paisaje deslumbrante, lleno de colores vibrantes y flores gigantes. Un cielo azul intenso se extendía sobre ellos, y un camino de ladrillos amarillos se abría a sus pies.
—¿Toto? —dijo Alan, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estamos?
Toto ladró emocionado, corriendo por el camino amarillo, guiando a Alan hacia adelante. Al poco tiempo, se encontraron con una niña de cabello trenzado, vestida con un hermoso vestido azul.
—¡Hola! —saludó la niña, sonriendo ampliamente—. Soy Dorothy. ¿Y ustedes?
—¡Soy Alan! Y este es mi perro, Toto —dijo el niño, todavía asombrado por el extraño mundo que lo rodeaba.
—¡Qué bien! —exclamó Dorothy—. He estado buscando amigos. ¡Vengan! Estoy con el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León Cobarde. ¡Todos juntos vamos a la Ciudad Esmeralda!
Mientras caminaban, Alan sintió que su corazón latía con emoción. ¿Quiénes serían esos amigos especiales? Al llegar a un claro, se encontraron con el Espantapájaros, que estaba de pie sobre un tronco. Tenía un sombrero grande y un rostro pintado con una gran sonrisa.
—¡Hola! —dijo el Espantapájaros, agitando un brazo—. Estoy buscando un cerebro. ¿Quieres ayudarnos?
Junto a él, el Hombre de Hojalata se movía lentamente, con un brillo metálico que capturaba la luz del sol.
—Yo busco un corazón —dijo con una voz suave—. Juntos, podemos lograrlo.
Y luego, apareció el León Cobarde, que temblaba un poco, pero a la vez era muy grande y majestuoso.
—Y yo, necesito ser valiente —murmuró, con un hilo de voz.
Alan sonrió ante la idea de ayudar a sus nuevos amigos.
—¡Sí! Podemos hacerlo juntos —dijo emocionado—. Toto y yo estamos listos para vivir esta aventura.
De repente, una sombra oscura se cernió sobre ellos. Era la Malvada Bruja del Oeste, con su capa negra ondeando al viento. Con una sonrisa malvada, lanzó un hechizo que hizo que todos se sintieran tristes y asustados.
—¡Nunca podrán encontrar lo que buscan! —gritó la bruja, riendo.
Alan sintió que su pecho se oprimía y miró a su alrededor. Toto, que había estado jugando, ladró con fuerza.
—¡No! —dijo Alan, recordando lo que su madre Ester siempre le decía sobre la valentía y la amistad—. No podemos rendirnos. ¡Debemos unirnos y luchar contra este hechizo!
Los otros lo miraron, sorprendidos. Se dieron cuenta de que juntos podían superar cualquier cosa.
—Sí, ¡unámonos! —gritó Dorothy.
Toto, moviéndose inquieto, empezó a hacer trucos. Saltaba y giraba, haciendo que todos se rieran a pesar de la tristeza que los envolvía. Alan se unió a los juegos, y pronto, la risa llenó el aire.
—¡Eso es! —dijo el Espantapájaros, levantando los brazos—. La risa puede romper el hechizo.
Alan miró a sus amigos y decidió que debían compartir sus miedos y sueños. Se sentaron en círculo, y cada uno empezó a hablar. El Espantapájaros confió que quería un cerebro, el Hombre de Hojalata deseaba un corazón, y el León Cobarde anhelaba ser valiente.
Alan, con la voz firme, compartió su deseo de ser un gran jugador de fútbol y hacer felices a todos con su energía.
—Si ayudamos a los demás, también encontraremos lo que buscamos —dijo, con una gran sonrisa.
Así, juntos, comenzaron a explorar el hermoso mundo de Oz, listos para enfrentarse a la Malvada Bruja y descubrir sus propios sueños.
Pero, ¿qué aventuras les esperaban? ¿Lograrían romper el hechizo de tristeza? La magia de Oz estaba apenas comenzando...
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**Continuará...**
### Capítulo Final: El Regreso a Casa
El aire en el mundo de Oz se sentía diferente. Alan, Toto y sus nuevos amigos habían enfrentado a la Malvada Bruja y habían deshecho su hechizo de tristeza. Ahora, el sol brillaba más que nunca y llenaba el paisaje de colores vibrantes. Las flores bailaban felices al ritmo de una suave brisa, y el canto de los pájaros resonaba por todo el lugar.
—¡Lo logramos! —exclamó Dorothy, con una gran sonrisa en su rostro. Su cabello trenzado brillaba como el oro en la luz del sol.
Alan miró a su alrededor. El Espantapájaros parecía más sabio, el Hombre de Hojalata relucía con su nuevo corazón, y el León Cobarde, que había encontrado su valentía, rugía con alegría.
—Sí, lo hicimos juntos —dijo Alan, sintiéndose orgulloso de su equipo. Luego miró a Toto, que saltaba de alegría, haciendo piruetas en el aire.
—¡Toto, eres el mejor! —gritó el Espantapájaros, riendo mientras el pequeño perro ladraba feliz.
En ese momento, el León Cobarde se acercó y dijo con voz temblorosa:
—Quiero hacer algo especial para celebrar. ¿Qué tal si hacemos una fiesta?
—¡Una gran fiesta! —gritó Alan, dándole un golpe en la espalda al León. —¡Eso suena genial!
Rápidamente, todos se pusieron a trabajar. El Hombre de Hojalata, con su amor por la música, empezó a tocar una melodía alegre. Dorothy y el Espantapájaros recogieron flores para adornar el lugar, mientras el León Cobarde se encargaba de conseguir un gran pastel de miel.
—¡No olvidemos a Toto! —dijo Alan, y a todos les encantó la idea. El pequeño terrier se convirtió en el entretenimiento principal, haciendo trucos que hacían reír a todos.
—¡Toto, haz el salto de la estrella! —gritó Alan.
Toto corrió hacia un lado, saltó en el aire y aterrizó en una pose graciosa, lo que provocó carcajadas por todo el lugar.
La fiesta comenzó. Todos bailaban y se reían. El León Cobarde, que ahora no temía ser el centro de atención, mostró su valentía al bailar en el medio de la pista. Alan se unió a él, mostrando algunos movimientos de jiu-jitsu que había aprendido, haciendo que todos aplaudieran con entusiasmo.
—¡Eres un gran bailarín! —dijo el Hombre de Hojalata, dando palmaditas al León.
La alegría llenaba el aire, pero Alan sabía que el regreso a casa estaba cerca. Miró a sus amigos y sintió un pequeño nudo en la garganta.
—Chicos, esta ha sido la mejor aventura de mi vida —dijo Alan, con los ojos brillantes. —Pero creo que es hora de que regresemos a casa.
Dorothy asintió, comprendiendo lo que Alan quería decir. Ella también sentía que era tiempo de volver a casa, donde su familia la esperaba.
—¿Cómo regresaremos? —preguntó el Espantapájaros, rascándose la cabeza.
—Con valor y amistad, podemos encontrar el camino —dijo Alan, recordando las palabras de su madre Ester.
De repente, una luz brillante apareció en el cielo. Era una hermosa nube de colores que giraba y danzaba, como si estuviera invitándolos a subir.
—¡Es un camino de regreso! —gritó el Hombre de Hojalata, señalando la nube.
—¡Adelante! —dijo Alan, tomando la mano de Dorothy y corriendo hacia la luz.
Toto ladró feliz, corriendo junto a ellos, mientras todos los demás los seguían. Al llegar a la nube, sintieron una oleada de energía cálida envolviéndolos. Era como un abrazo de amor que los impulsaba hacia arriba.
—¡Hasta luego, amigos! —gritó Alan mientras volaban, sintiéndose afortunado por haber hecho tales amigos.
—¡Nunca los olvidaremos! —respondió el León Cobarde, mientras se desvanecía en un destello de luz.
En un abrir y cerrar de ojos, Alan y Toto aterrizaron en su jardín, justo donde todo había comenzado. Miraron a su alrededor, y el cielo azul y el cálido sol los saludaban.
—¡Estamos de vuelta! —gritó Alan, abrazando a Toto.
Al voltear, vio a su madre, Jacobo, y a su tía Pilar, que lo esperaban con sonrisas amplias.
—¡Hola, Alan! —gritó su madre, corriendo hacia él. —¡Te hemos estado esperando!
—¿Te divertiste? —preguntó Pilar, emocionada.
Alan asintió con fuerza, sin poder contener su alegría.
—¡Fue increíble! —exclamó, contando sobre sus aventuras en Oz, los nuevos amigos y cómo Toto había hecho reír a todos.
—Y la fiesta fue genial —agregó, mirando a su perro que movía la cola como si entendiera cada palabra.
Jacobo y Pilar sonrieron, felices de ver a Alan tan contento. En la cocina, un delicioso pastel de miel estaba esperando.
—¡Vamos a celebrar en casa! —dijo Jacobo, guiando a Alan y a Toto hacia dentro.
Mientras disfrutaban del pastel, Alan sabía que había aprendido algo valioso. La amistad y el coraje eran más poderosos que cualquier magia. Y aunque había sido una gran aventura, siempre llevaría a Oz en su corazón.
Y así, entre risas, juegos y un delicioso pastel, Alan y Toto se sintieron en casa. Porque a veces, las aventuras más grandes son las que compartimos con quienes amamos.